martes, 17 de mayo de 2011
Crítica de la poesía crítica
Felipe Vázquez
Ignacio Ruiz-Pérez, Nostalgia de la unidad natural: la poesía de José Carlos Becerra, Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2009, 162 p.
I
Una de las manías de la “crítica literaria” mexicana consiste en hablar del autor y desplazar la obra a una zona de sombra. El objeto de la crítica, la obra, queda al margen, nimbada por la aureola de lo intocable; y el autor adquiere un papel protagónico tan cuestionable como escabroso. El peor vicio, sin embargo, aparece cuando el “crítico”, al hablar de cualquier obra, habla sólo de sí mismo; y esta suerte de autobiografía parasitaria sólo muestra un desprecio tácito por la literatura. Y para desaliento de la aldea literaria mexicana, quizás hay demasiados escritores que ejercen el ninguneo militante de la literatura.
Refiero esta situación a propósito del libro Nostalgia de la unidad natural: la poesía de José Carlos Becerra, de Ignacio Ruiz-Pérez, quien se propuso analizar, de manera rigurosa e imaginativa, la obra poética del autor tabasqueño más allá del abundante anecdotario sobre su vida, sus andanzas, sus amistades y su trágica muerte. A diferencia de los expertos en escamotear la obra al mismo tiempo que la “critican”, Ruiz-Pérez ejerce la crítica a ras de poema. Y aunque hay poemas de Becerra que requieren un contexto biográfico para comprenderlos con amplitud, el crítico nunca pierde de vista que su objeto de análisis es la poesía. Por otra parte, no se trata del árido estudio de un académico —aunque el autor lo es— sino de una lectura inteligente y erudita que un poeta realiza sobre los poemas de otro poeta. Para ello, Ruiz-Pérez retoma el discurso sobre la poesía moderna de Octavio Paz y lo aplica al análisis e interpretación de El otoño recorre las islas, título que reúne los libros de poesía de Becerra, compilado por Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco y publicado por la editorial ERA en 1973.
Antes de comentar grosso modo la estructura de Nostalgia de la unidad natural, quiero hacer un breve comentario sobre la poesía de Becerra para que el lector comprenda la dispositio crítica de Ruiz-Pérez.
II
La poesía de José Carlos Becerra (1936-1970) traza un arco que va del lenguaje adánico, casi inocente en su capacidad genésica y celebratoria, hasta el lenguaje crítico de sí mismo: re-flexivo, desarticulado y fragmentario en su intento por cuestionar sus propios mecanismos de enunciación. En el sistema de Octavio Paz, diremos que Becerra inicia su trayectoria poética armado de la teoría de las correspondencias universales (analogía), pasa por un periodo crítico (de crisis, véase el sentido etimológico) y culmina en la ironía: la conciencia consciente de sí y de su propia muerte, consciente de su escisión respecto del mundo, consciente de su condición desasida. (En el prólogo de El otoño recorre las islas, Paz se refiere a la fractura de la visión analógica como “encuentro con la realidad”, la que produjo “los mejores poemas de Becerra”).
En la cima de este arco verbal se despliega el versículo como un oleaje (digo oleaje por la recurrencia de la anáfora en muchos poemas), las líneas versuales se extienden sobre la página y se van engarzando en una suerte de danza erótica y, como Shiva, en esa danza crea y destruye, aunque la fuerza resultante es la euforia creadora del lenguaje. En este punto, la imagen —la imagen demiúrgica— adquiere una presencia absoluta. La concepción del tiempo es circular y el universo es el espacio de la semejanza (de la unidad). En su devenir, el universo se dice y, al decirse, se crea semejante a sí mismo. El poema es aquí una de las formas que el universo tiene de decirse, de nombrarse; y más aún: el universo es consciente de sí en el poema.
Al final del arco, el verso se acorta, se vuelve contra sí, y roza el filo del silencio: el lenguaje toca los límites de su relación con la realidad y consigo mismo, y ya no es el hacedor de imágenes sino el instrumento que disecciona las imágenes. La conciencia de la muerte lo vuelve irónico y metapoético: “La ironía —comenta Ruiz-Pérez— es la conciencia de la ruptura entre el sujeto y su entorno: el fracaso de su poder trascendental, pero también la conciencia de ser un ente caído, contingente y, en suma, expulsado del orden universal. A diferencia de la analogía, la ironía señala que la cópula entre la palabra y el objeto que ésta designa es una convención: es la conciencia de la alteridad y no de la unidad que aparece con la Edad Moderna y el afán por el progreso.”
También podemos pensar la trayectoria lírica de Becerra desde el punto de vista deconstructivo. En efecto, el versículo se despliega de manera elocuente, suntuosa y casi vegetal; las palabras establecen una relación erótica que impulsa el desbordamiento rizomático del poema; y de manera sucesiva, cada poema rompe sus propios límites poseído por el horror vacui que él mismo concibe en sus mecanismos de proliferación. Esta característica, que comparte con otros poetas de tendencia neobarroca, tiene una singularidad: visto en su conjunto, el lenguaje lírico de José Carlos Becerra despliega una estrategia de desterritorialización que culmina en la desarticulación del lenguaje adánico frente a una realidad extraña y fugitiva, en el giro del lenguaje sobre sí mismo, en una fragmentariedad radical donde el significado queda en entredicho, y donde el poema pierde terreno, se vuelve carencia de sí. El lenguaje va de desmarcaje en desmarcaje: se desarticula de sí mismo, de su tradición, de la realidad, etc. Al final, el poema se acerca a los márgenes del silencio y tenderá a confundirse con la página en blanco.
III
Acorde con la concepción romántica, Ruiz-Perez argumenta que Nostalgia de la unidad natural es un título que engloba la aventura poética de José Carlos Becerra, pues considera la palabra nostalgia en su sentido etimológico: “Los antiguos llamaban nostalgia (del griego nóstos, regreso, y álgos, dolor) a aquella enfermedad que consistía en el impulso (en su sentido más puro: pulsión erótica) doloroso e irrealizable por el retorno al país de origen. En la poesía de Becerra la nostalgia es producto del deseo por recuperar aquello (infancia, paisaje, amor) que de manera natural perteneció al sujeto; una pertenencia que nunca recuperará y que en cambio habrá de revelarle su condición escindida, pasajera y terrestre.”
Luego de este planteamiento, Ruiz-Pérez organiza su estudio en dos capítulos. En el primero, titulado “De la plenitud al dolor por el retorno”, analiza la poesía producida a partir de la concepción analógica del universo. De acuerdo con la estructura que Zaid y Pacheco dieron a la edición de El otoño recorre las islas, dicha poesía corresponde a Los muelles, Oscura palabra y las dos primeras partes de Relación de los hechos: “Betania” y “Apariciones”. En el segundo capítulo, titulado “La (anti)épica de la modernidad: ciudad, cine y cómic en la poesía de José Carlos Becerra”, analiza los poemas escritos cuando el poeta descubre que su visión analógica queda desgarrada por la ironía: las dos últimas secciones del libro Relación de los hechos: “Las reglas del juego” y “Ragtime”, luego La Venta, Fiestas de invierno y Cómo retrasar la aparición de las hormigas.
Ruiz-Pérez inicia el abordaje crítico a partir de la concepción romántica de la poesía (debo precisar que se trata de la lectura que hace Octavio Paz de la poesía romántica, expuesta principalmente en Los hijos del limo) y lo va enriqueciendo con ideas de diversos críticos de la modernidad: Albert Béguin, Marcel Raymond, Denis de Rougemont, Walter Muschg, Mircea Eliade, Bachelard, Heidegger, Barthes, Benjamin, etc. Aunque estas referencias son aparatosas, el discurso de Nostalgia de la unidad natural no es pedante, pues la virtud crítica de Ruiz-Pérez consiste en citar paso a paso la producción poética de Becerra; analiza, contextualiza e interpreta los poemas con ayuda de diversas herramientas críticas, y no duda, por ejemplo, en hacer coincidir las definiciones del mito según Eliade y según Barthes para descodificar los palimpsestos del constructo lírico correspondiente al capítulo segundo. Ahora bien, más allá de la biografía de Becerra, de sus influencias (Paul Claudel, Saint-John Perse, Pellicer, Lezama Lima, Pablo Neruda, Paz), de sus tópicos (el mar, la selva, el trópico, la mujer amada, los cómics, el cine) y de sus mitologías, Ruiz-Pérez analiza en qué consiste la singularidad de esa poesía, qué nos dice, cuáles son sus atributos y sus recursos, cuál es la cosmovisión desde la que fueron escritos los poemas, cómo acusa recibo de las diversas obras líricas que contribuyeron a articular su visión lírica, cómo desemboca en la problematización de sus recursos verbales (“¿No se puede considerar el versículo sinuoso y acéntrico de Becerra la constancia de esa contra-dicción que entraña su poesía, es decir, la irónica certeza de la pérdida de la unidad natural frente al entorno prosaico que descentra y fragmenta al sujeto?”), y cómo influye en los poetas mexicanos de la generación siguiente (David Huerta, Coral Bracho, José Luis Rivas, Jorge Esquinca) e incluso cómo influyó en un poeta de su misma promoción poética: Gerardo Deniz (quizá hoy el mejor poeta vivo de México).
El resultado es una espléndida guía de lectura de una de las obras poéticas más complejas de la tradición mexicana. Si los acercamientos críticos a la poesía fueran como el de Ruiz-Pérez o como el de Arturo Cantú (En la red de cristal. Edición y estudio de Muerte sin fin de José Gorostiza), quizás habría menos pero mejores poetas, y más y mejores críticos, pues creo que la sobrepoblación actual de poetas y la mengua de críticos (tanto impresionistas como académicos) se basa en la mala lectura; mala lectura que incluso algunos críticos prominentes difunden, basta revisar las entradas correspondientes a los poetas del Diccionario crítico de la literatura mexicana de Christopher Domínguez Michael.
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