lunes, 6 de septiembre de 2010

Juan Rulfo: cronología de su vida y de su obra



Alberto Cue
 
Roberto García Bonilla, Un tiempo suspendido. Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo, con “Una suma bibliohemerográfica comentada”, prólogo de Carlos Blanco Aguinaga, conaculta, México, 2ª edición, 2010, 544 p.
 
¡Pensar que ese bloque del Yo encuentra sus partes fuera de él!

Paul Valéry

En años recientes, sobre todo a partir de la celebración de los cincuentenarios de sus dos libros, se publicaron algunos títulos enfocados a la relación de la vida y la obra de Juan Rulfo, con particular atención en la biografía del escritor. Destacan principalmente dos biografías: Noticias sobre Juan Rulfo (2004), de Alberto Vital, y Un extraño en la tierra, de Juan Antonio As­cencio (2005). En marzo de 2009 (con dato de edición de 2008) se publicó Un tiempo suspendido. Cronología de la vida y la obra de Juan Rulfo, de Roberto Gar­cía Bonilla, y un año después, en marzo de 2010, apareció la segunda edición. Los tres títulos indican, tras medio siglo de crí­tica rulfiana y una inmensa cantidad de traba­jos, el creciente interés por la figura del escritor, interés siempre menor que el que ha despertado su breve pero admirable obra literaria, pues la biografía propiamen­te dicha se ha esbozado durante muchos años a partir de referencias dispersas, en forma de anécdotas, algunas más legendarias que otras, y en trabajos parciales y tentativos.1
Al compararlo con estas dos biografías —la de Ascencio, etiquetada como “no au­torizada”, y la de Vital, autorizada por la Fundación Juan Rulfo—, el libro de Gar­cía Bonilla nos parece atípico. Es un traba­jo hecho al margen de la Fundación Juan Rulfo y con el apoyo, más que intelectual, solidario, de Felipe Garrido y Fede­rico Álvarez, dos editores experimentados y estudiosos de la obra de Rulfo. El traba­jo de investigación duró cerca de diez años y concluyó en un libro de poco más de 500 páginas. Incluye dos secciones principales de muy distinto carácter. La primera de ellas —la cronología: 1784-2002— es apta tanto para la lectura es­pecializada como la no especializada; la segunda, compuesta por varios apéndices de fuentes —que constituyen los índices más completos publicados hasta ahora—, es de utilidad para todo in­vestigador y con­tiene prácticamente todas las referencias temáticas aparecidas hasta 2007. Aun­que es poco usual hacerlo así, con objeto de sugerir la riqueza de esta par­te del tra­bajo, presento el índice de los apéndices, el cual por cierto no figura des­glosado, co­mo debería, al final del libro:
                             Apéndices
    Bibliohemerografía comentada
I. Ediciones
      * El Llano en llamas, Pedro Pára­mo, El gallo de oro y obra completa (FCE y otras editoriales)
      * Los cuadernos de Rulfo
      * Aire de las colinas
      * Obra completa y antologías
II. Cuentos, relatos, borradores, guiones de cine, cartas y textos autobiográficos
III. Conferencias, ponencias, prólogos, plá­ticas, semblanzas de artistas plásticos, tex­tos de arquitectura e historia, mono­grafías y presentaciones
IV. Reseñas de Juan Rulfo en el Centro Mexicano de Escritores
V. Discografía
VI. Fotografía
      * Exposiciones
      * Publicaciones
VII. Traducciones
      * El Llano en llamas
      * Pedro Páramo
      * El gallo de oro
VII. Tributos al escritor y a la obra
      * Homenajes públicos
      * Homenajes bibliohemerográficos y compilaciones
      * Premios y condecoraciones
IX. Producciones en torno a Rulfo y su obra
      * Filmografía
      * Obras musicales
      * Espectáculos
X. Tesis
XI. Cronologías
XII. Entrevistas y conversaciones
XIII. Referencias intertextuales a Juan Rul­fo y su obra en textos literarios
XIV. Bibliohemerografías
      * Libros monográficos sobre Juan Rul­fo y su obra literaria y fotográfica
      * Textos biográficos y testimonios
      * Compendio de bibliografías
A este apéndice anteceden (pp. 357-397) la Bibliohemerografía directa y los Archivos utilizados para la elaboración de la cronología. Sólo resta comentar que hi­zo falta, para los índices que vienen en el apéndice (pp. 401-535), una nota expli­cativa acerca de los criterios (y las excepciones a los mismos) de la ordenación de las fuentes. Así, por ejemplo, el libro de Juan Antonio Ascencio aparece, no en la sección de Textos biográficos y testimonios, donde tal vez muchos lo buscarían, sino en la sección de Libros monográficos sobre Juan Rulfo y su obra literaria y foto­grá­fica. Y, como ya hemos dicho, el índice general debió incluir un desglose del apén­dice para hacer más visibles sus secciones I-XIV y facilitar semejantes bús­quedas.
Comoquiera que sea, el libro es muy rico y está hecho de manera tal que satisface el interés en torno a la vida de Rulfo (con un amplio repertorio de noticias so­bre él) y, a la vez, ofrece un sólido apoyo para el estu­dio de su vida y su obra en va­rios niveles (crítica literaria, análisis es­tilís­tico, ideoló­gico y de crítica social, filología tex­tual, estudios morfológicos y genológicos, regis­tros de ediciones, de traducciones y autobiográficos, etc.). Se advierte que el autor no dejó de enfrentar la incertidumbre de un género no tan común para abor­dar los temas literarios, en especial al emprender esta tarea de hibridación reuniendo una cronología amplia y un catálogo exhaustivo de fuentes.
Pero encuentro un sentido general en Un tiempo suspendido. Si el trabajo catalográfico necesitó una aplicación de crite­rios, la cronología propiamente dicha se basa en una orientación no menos razona­da que posibilita orquestar una composición textual basada en variados y hasta contra­dictorios testimonios. Es claro que, al abor­dar un conjunto de problemas con­centrados en torno a la biografía de un artista —lo cual, como dijera uno de los primeros comentaristas de este libro, “se­rá siempre un equívoco”—, García Boni­lla proyectó los hechos fundamentales de la vida del escri­tor como una materia aún no agotada por el tiempo, como un univer­so que sigue giran­do con sus enigmas y pa­radojas. El texto de esta cronología —que no explica ni, me­nos aun, usa razones úni­cas e indiscutibles— convoca aquellos he­chos que dieron forma a las condiciones vitales del propio Rulfo, en el entreveramiento de sus apariencias y de sus fuerzas más profundas. De esta manera, García Bonilla lleva a cabo un riesgoso trabajo al incluir aquello que, sin ser quizá esencial para entender la per­sonalidad del autor, se ha enquistado en la imagen pública sin que pueda por ahora eliminarse del todo sin desfigurar los ava­tares de esa fama que la opinión pública contribuyó a fijar en torno al escritor.
Un tiempo suspendido aborda estas inestables facetas al confrontar y ordenar su amplísimo material con vistas a disipar leyendas, sin dejar de resaltar versiones dis­crepantes en torno al autor más contro­vertido de la literatura mexicana del siglo xx. Lejos de edificar una estructura estática y unilineal, a la manera de una tabla cronológica, el autor imprime a su gran re­lato un dinamismo que lo lleva a integrar diversos géneros testimoniales que confor­maron en parte ese amplio segmento de opi­niones: reseñas críticas, notas perio­dís­ticas, entrevistas, biografías, cables informativos, ensayos, memorias, reportajes, fragmentos de obras literarias. Además, ya que se trata también de situar la voz del propio Rulfo en el centro de este universo testimonial, el libro integra textos y documen­tos directamente vinculados a él: cartas, informes de trabajo, grabaciones radiofónicas y discográficas, entrevistas, declara­ciones públicas, alocuciones, donde el autor de Pedro Páramo “habla por sí mis­mo”. De esta manera, Tiempo suspendido es una auténtica enciclopedia biográfica sobre el autor.
Sin embargo, hay que apreciar en su justa medida los alcances del libro. Si bien podemos pensar que éste se orienta a re­lacionar obras y hechos literarios con el contexto histórico, es decir, bajo una com­prensión testimonial de tales hechos y obras dentro de un proceso social, y como par­te del desarrollo literario del México de la segunda mitad del siglo xx, permite tan sólo reconocer y ubicar, sin posibilidad de expresar juicios interpretativos, las claves de la personalidad de Rulfo y sus libros, principalmente El Llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). Lo que el autor logra establecer, en sus líneas más am­plias, y como tarea previa a la posible compren­sión de las claves, es un ordenamiento de hechos en una dimensión temporal. Creo que es esto lo que ofrece, si bien a partir de un meticuloso procedimiento crítico. Al considerar lo anterior, me parece que Jor­ge Zepeda —autor de un libro ejemplar de crítica literaria: La recepción inicial de Pe­dro Páramo (1955-1963), publicado en 2005— podría convertir sus públicas im­pugnaciones hechas a este trabajo en una crítica razonada, pues pocos como él po­drían contribuir con elementos sustanciales —los que el nivel de su crítica le permiti­ría— para valorar mejor un libro que, en mi opinión, está lejos de explotar mitos y morbos. Más aun: traza un itinerario de la vida de Rulfo con respeto y rigor.2
Destaca en García Bonilla el esfuerzo constante por equilibrar los contenidos de su cronología. Además de su exhaustividad, que le permite situarse en esta perspectiva totalizadora de las fuentes, actuó con una aguda conciencia anticipatoria: modificó sin cesar su construcción crono­lógica y, sin es­tablecerse como juez úni­co, seleccionó y discriminó en repetidas ocasiones, buscando distintas perspectivas, estableciendo correlaciones entre tiempos y lugares, emplazando actores, combinan­do y sopesando voces. Al adoptar esta ar­ticulación discursiva, desechó toda “ver­dad única” y, asimismo, trabajó con los testimo­nios re­significándolos, es decir, ofreciéndo­los en su calidad de noticias y testimonios pero también en su índole de simbolizaciones y denotaciones diversas, incesante­mente variables, dentro del ho­rizonte de la vida y la obra de Rulfo.
El resultado es una exposición amplia, que recoge distintas tonalidades, susceptible de matizaciones, modificaciones o incluso de definiciones más claras. En su calidad de cronología, es decir, como un conjunto de hechos dispuestos en años, meses y días, no deja de ser una seriación tan rigurosa como imposible. Si consideramos el orden cronológico como un armazón, como un esqueleto, la seriación del conjunto de hechos tal vez hubiese sido suficiente. Sin embargo, esta cronología comporta una amplitud, una movilidad y una fluidez que deben mucho a un trabajo de configuración expositiva que per­mite establecer muchos nexos. Podemos recor­dar la manera en que Lévi-Strauss utilizaba el término armature como equivalente de code. Se añade un sentido que más allá de la mera analogía con el estudio antropológico del mito coincide con la música: una armature es un conjunto co­herente de semitonos y bemoles puestos en clave para indicar la tonalidad de un trazo musical, es decir, una partitura. Si la lectura de un mito está indicada por es­ta vía como una partitura musical, lo que García Bonilla ha querido alcanzar en su cronología, y lo creo sinceramente, ha si­do la coherencia esen­cial de la totalidad de una vida, pero des­de luego no para alen­tar una lectura mítica, sino para integrar todas las disonancias posibles. Ha construido así su propia par­titura. De manera que estos contrapuntos dan lugar a variaciones, simultaneidades, alternancias y co­rrespondencias. No en bal­de este libro ha sido llamado un “laberin­to de espejos” por el escritor Felipe Garrido, y un “rompeca­bezas” por el crítico Car­los Blanco Agui­naga.
Tal método de trabajo ha sido para el autor una manera —lenta, accidentada, pro­blemática, a veces insegura— de acer­car­se al personaje Juan Rulfo y a su obra: no se trata de un estudio resuelto sólo a partir de una acumulación de lecturas, por muy estratégicas que éstas sean, sino de la con­figuración de una imagen, de una relación cercana, de una comprensión afectiva e intelectiva hacia el escritor y su mundo. Es indudable que el autor padeció en el curso de su trabajo una imparable sobreposición de imágenes que derivará en constantes modificaciones y adiciones de diverso tipo. Si no aflora del todo una vi­sión definida de los hechos, ello es de­bido a la exterioridad de las estructuras tempo­rales en relación con el proceso lite­rario, que parece ser visto sólo en sus ava­tares públicos. Sin embargo, no se establece una fijación de los hechos como tal, pues hay una visión latente que hizo sentir su peso en el trabajo. La riqueza de matices que transmite Un tiempo suspendido posi­bilitaría plantear las fases indispensables, en futuros trabajos, de la relación entre la his­toria amplia y la historia biográfico-lite­raria, esto es, entre la realidad actuante de los hechos generales y la singularidad del fenómeno literario que representan Rul­fo y su época. Este libro es, en el menor de los casos, un adelanto de la biografía que el autor no se ha atrevido a escribir. Es tam­bién otra cosa: una obra abierta e inacaba­ble pero consistentemente legible en clave narrativa.
Quiero insistir en dos aspectos: por un lado, hay una preocupación testimonial e histórica, que se constata en cada mo­men­to y, por otro, una preocupación por la metamorfosis temporal de la historia en contacto con la creación rulfiana, lo cual es aquí apenas un proyecto. Este cuidado por establecer las líneas de un conocimien­to histórico y heurístico, dejando abierta la posibilidad de una historia crítico-literaria, explica la intención de conservar la necesaria correspondencia de las perspec­tivas subjetiva y objetiva a partir de todo documento o testimonio, lo que se traduce en una intención constructiva que a la vez es crítica: todo el trabajo comienza con la dis­posición de los hechos y, al mismo tiempo, con la discriminación de las fuentes.
Desde luego, los objetos más inmediatos de esta cronología son los diversos as­pectos de la vida de Juan Rulfo como escritor y narrador. A veces parece como si el autor quisiera rebasar tales límites, pe­ro permanece en la vida pública y, en todo caso, en la parte de la vida privada que ha trascendido por diversos conductos. Así, los grandes cuadros de Un tiempo suspen­dido, que no son pocos, abarcan muchas facetas: el origen de la familia de Rulfo, su lugar de nacimiento, los estudios, la or­fan­dad, el joven solitario, los libros que leyó, los viajes y el alpinismo, su vida en Gua­da­lajara, el noviazgo, la llegada a la ciudad de México, sus empleos, la pasión por la lec­tura y la música, la escritura y la publica­ción de sus cuentos, su amistad con Efrén Hernández, el matrimonio, los hijos, Pedro Páramo y el Centro Mexica­no de Escrito­res, los secretos de algunos de sus títulos, los avatares de sus ediciones, sus relaciones con el cine, su posición en la literatura me­xicana, su relación con­flictiva con Octavio Paz y la intelectualidad institucionalizada, el asedio público para que publicara más obras, la novela de sus conmovedoras men­tiras, la fama mun­dial, los viajes, los home­najes, el adiós.
Tal vez sólo falte abordar, como lo ha señalado el crítico Gustavo García, la vida más íntima, menos oficial, la de los gustos personales, el buen humor, los comentarios y las conversaciones de mesa; en una palabra, la parte más espontánea de su vida, la de las horas de ocio y trato mundano, las confesiones casuales en cuanto a preferencias, ideas, opiniones, amistades y enemistades. Pero ése es otro guiso, aun­que necesario para completar la biografía del escritor. ¿Era Rulfo puro laconismo y desamparo? ¿Se sintió alguna vez libre de sus dos libros que lo ataban a la fama? ¿Era un ameno contador de historias en sus momentos de fraternal conver­sación? ¿Dejaba de ser elusivo en su trato personal? ¿Expresaba con libre desenvol­tura, como algunos dicen, su amabilidad, su ter­nura, su paciencia y su interés por aquellos que lo merecían?
Serán significativas las advertencias del autor cuando leamos este magnífico relato: “Los asertos quebrantados y las verdades sometidas a la duda son constantes en la figura de Juan Rulfo.” “La ambigüe­dad signa al escritor y a sus declaraciones, al igual que los decires de sus personajes só­lo sugieren o desconciertan”. Por ello, afirma que este libro se deriva de la “cu­riosidad” y de la “necesidad de desvanecer confusiones”. No obstante qui­so, sobre to­do, “sugerir antes que llegar a conclusio­nes ostensibles en torno a un personaje de nuestra cultura marcado por el sino de la ambigüedad”. Si somos lectores cuidadosos de la vida de Juan Rulfo presentada en esta cronología, aprendemos desde las pri­meras páginas a poner en sus­penso todo juicio definitivo, a valorar la ambigüe­dad de las palabras y los hechos. Creo que ése es el secreto de este relato.
 
1 Resumimos aquí una lista de títulos bio­gráficos sobre Juan Rulfo: José Emilio Pa­checo, “Imagen de Juan Rulfo” (1959); Luis Haars, “Juan Rulfo o la pena sin nombre” (1968); Joseph Sommers, “Los muertos no tienen tiempo ni espacio (diálogo con Juan Rulfo)” (1973); Reina Roffé, Juan Rulfo. Au­tobiografía armada (1973); Ernesto Gonzá­lez Bermejo, “La literatura es una mentira que dice la verdad”; Elena Poniatowska, “¡Ay vi­da, no me mereces! Juan Rulfo, tú pon cara de disimulo” (1980); Eric Nepomuceno, “Rul­fo. Conversaciones con un gigante silencioso” (1982); Felipe Cobián, “Fue entonces cuan­do Rulfo vio a su padre asesinado” (1986); Milagros Ezquerro, Juan Rulfo (1986); Rami­ro Villaseñor, Juan Rulfo. Biobibliografía (1986); Federico Munguía, Antecedentes y datos bio­gráficos de Juan Rulfo (1987); Wolfgang Vogt, Juan Rulfo y el sur de Jalisco (1992); Fa­bio­la Ruiz, Por el camino de Juan: iconografía (1996); Felipe Cobián, “Los pueblos de Rul­fo” (2003).
2 De paso, me permito señalar que el li­bro de Jorge Zepeda, que plantea la historia de la recepción de Pedro Páramo entre 1955 y 1963, necesitó también una base cronoló­gi­ca cuidadosa, la cual es ampliamente asimila­da al cuerpo de su propia crítica, que conduce a establecer una adecuada percepción de las claves de lectura de la novela rulfiana en ese periodo.

Autobiografía órfica



José Homero
Julián Herbet, Pastilla camaleón, Bonobús, 2009, 120 p.

La poesía es eco. Carl Sandburg, en una sentencia famosa, escribió que “La poesía es un eco invitando a bailar a una sombra”. La condición resonante, vestigio que im­pregna la memoria y se disemina por el discurso como un olor pronunciado que se adentra adensándose en las cámaras, a menudo se ha asociado, casi de manera úni­ca y por ello reductiva, con la coincidencia de los sonidos finales de los versos, cuya asonancia o consonancia determinan mu­sicalidad. Compás que permite la mnemo­tecnia, según explicara Walter Ong.
Ciertos poetas han procurado extender esta condición musical y en vez de la percusión en los fines del verso prefieren las resonancias en la abertura/obertura. No es casual que quienes eligen esta vía prefie­ran el versículo o la prosa a los poemas de lindes definidos. Sin embargo, fuera ya de las cualidades del metro y del ritmo tan invocadas para definir la poesía, hay una resonancia más profunda y que es la que a menudo constituye la urdimbre de un poema.
Un poema es ante todo un artilugio pa­ra concitar y convocar la memoria; una cáp­sula de tiempo —recuerden: cápsula—. Un artefacto que mucho tiene de piedra; de objeto cuyo hallazgo implica una revelación. En el caso de la poesía de Julián Herbert nos enfrentamos, en una primera impresión y de ahí cierto equívoco en su lectura y su valoración, a un poeta que se asume y su­ma dentro de las tendencias neobarroqui­zantes, cuyas aguas bañaron la lírica del continente latinoamericano en la mitad de los ochenta y ya en bajamar las postrime­rías de los noventa. Y sí, hay una intencio­nalidad y una especie de amaneramiento en esta poesía por afianzarse en motivos re­tóricos partícipes de la similitud fonética, tal la paronomasia, la metonimia. Cito ape­nas unos para salir del paso:
Tañer en gotas de cartílago.
Cartago congelada en el incendio.
(p. 21)
(Me encantan estos versos porque la pa­ronomasia se convierte en rima.)
Aburrido de ser hijo de Orfeo
y cantar todo esto en un orfanato
Si para el oído profano la rima, la coin­cidencia de los sonidos al final de un verso, sustenta una musicalidad, condición que para el verdadero poeta no reposa en las terminaciones sino en la distribución acen­tual, en la variedad de timbres, del mismo modo la aliteración parece un pretexto pa­ra urdir o avanzar a través de una caótica significancia. Sometido a un asedio poético, el caos permite una mancia y en esas cartas aparecen los mapas: de la memoria, de la filiación. El poeta es un hijo de Orfeo, que se comprende extraviado en una época don­de no hay espacio, territorio para el poe­ta, en trance de extinción como los indios nómadas del norte de México per­dieron su hábitat. Ese hijo de Orfeo es también un huérfano que a través de diver­sos tapices textuales persigue definir su re­lación con el padre y trazar el mapa con la herencia ma­terna. Novela familiar como en el caso de José Kozer, que es un pretex­to para las mu­ta­ciones. De ahí también las menciones al Libro de las mutaciones en la obra de Her­bert. Reverbera y en la refrac­ción res­plan­dece entonces el sentido del epígrafe:
I’m the son and heir
Of nothing in particular
Sostengo que la paronomasia y vecinos del barrio, la metonimia, no son gratuitas ni dejos de un amaneramiento sino herra­mientas que permiten al poeta, al escritor por añadidura, potenciar la escritura. Ha­rry Blamires, crítico de James Joyce y de T. S. Eliot estudió la economía referencial descubierta por Joyce a través de las alusiones y correspondencias que resonaban y proseguían su relación en la memoria. El significado de una palabra se potenciaba con las reverberaciones de su intenciona­li­dad. Como cuando rumiamos un re­cuer­do y de pronto la epifanía nos permite com­prender las intrincadas correspondencias y tejidos que no habíamos advertido. Ri­zomático sentido que en Herbert permite a la paranomasia no ser sólo la articula­ción entre vigía y vigilia o zanahoria y za­hir —me­táfora y metonimia que aluden a ser guiado y guiar— sino que apuntala ver­sos que con ligeras modificaciones, tal tema en el sen­tido musical, vuelven a articularse, in­sinuarse, descomponerse en otros poemas.
La maestría poética de Herbert parte de establecer un mazo de figuras simbólicas que en la baraja irán decantándose y sa­liendo. La relación con el padre, la obse­sión con la muerte, en especial por el ahorcamiento, sea suicidio o colgamiento, las balas, las relaciones amorosas, san Fran­cisco y los nazis, la condición judaica, el nomadismo de los indios del Norte, los ca­ballos, el sentido de la lectura… Estampas que emergen en el discurso y que confor­me a la tirada pueden representar distintos momentos de una vida. Diríase que el lec­tor, al recordar las menciones a una bala, a un suicidio, a una soga, a una esfinge, va construyendo en su memoria el sentido del texto —y esa bala me recuerda la varia­ción de Haroldo de Campos tramada por Ricardo Yáñez.
Al final no hay una línea de lectura. No podemos proponer un sentido en una se­cuencia, pero sí podemos proponer que hay un sentido a través de este caldo ade­reza­do con retazos, huesos y restos de verdura, carne y especias. Herbert, ya deberíamos de comprenderlo, es especialmente un poe­ta autobiográfico, poeta de la experiencia personal que, como en los grandes líricos pop, destila experiencia generacional. Es­ta­mos ante un poeta de la memoria que es­cruta la tradición, la cuestiona y proce­de a diseccionarla con mecanismos que ex­hiben la ficcionalización de los deícticos: aquí, ahora. ¿Cuáles son esas marcas? ¿Cuál es el presente? Ejemplar al respecto “Due­ña de África”, poema metalingüístico que a un tiempo propone un diálogo con la tra­dición, un conocido romance en este caso, al tiempo que reconstruye nues­tras ideas aceptadas sobre el tiempo y el lugar de la poesía.
Poesía de la hiperreferencialidad a condición de que consideremos hiperre­ferencialidad un término que imbrica ya la intertextualidad. Remanente de los víncu­los, de las ventanas emergentes que conducen a otro espacio, suerte de contención de di­versas posibilidades de lecturas, pero tam­bién un palimpsesto donde de repen­te detonan las tonadas conocidas de otros textos. Unos ejemplos, de nuevo, para salir y apurar el paso, aprisa, aprisa:
Hay peces que cruzan el pantano
(p. 48)
Es algo digno de ver aunque esta bala esté chupándose mi cuello. Es algo bello que nosotros conservamos.
(p. 49)
Vine a América porque me dijeron
que acá había mucha plata.
(p. 50)
Del mismo modo en la composición de los poemas hay una poética de la cita. “Fran­ciscano” recuerda la modulación de la poe­sía de Antonio Cisneros y “Batallón de San Patricio” recuerda además de la An­tología de Spoon River de Edgar Lee Mas­ter —un tono que resuena en varios de los poemas— los Cuentos de soldados de Am­brose Bierce, muy especialmente al celebérrimo “Un incidente en Owl Creek”, para no hablar del abundante relleno de versos de Eliot pervertidos y deglutidos que aparecen una y otra vez. O de san Juan. O de Villon.
La poética del modernism aportó, más allá de ciertas figuras inmanentes —los he­mistiquios, el verso proyectivo, la inclu­sión del blanco como espacio simbólico— una nueva forma de referencialidad. Los conceptos, que en la veta de la disquisición de Ezra Pound correspondían a la melopeia: la danza de los conceptos. Her­bert, lector atento de Eduardo Milán, de Eduardo Espina, de Antonio Cisneros y José Kozer —con quienes comparte esa pasión por la novela familiar— es sobre todo un avezado lector del modernism. Re­suenan su Pound pero muy especialmen­te el Eliot de los Cuartetos. Y su lectura es una criba y una asunción de mecanismos. Mecanismos como motivos: la soga, san Francisco, los caballos, los nómadas, el ahor­cado —carta del Tarot que se convierte en personaje irlandés reflexionando al mo­mento de su muerte, Isaac Newton, físico y nigromante que adopta la moda­lidad órfi­ca para comerciar con frutos del subsuelo, evocación del suicidio en las to­nadas de Nirvana, simbolismo adolescen­te que se imbrica con el mito órfico—. Pastilla ca­maleón es la decantación perso­nal de la búsqueda del yo poético en los meandros oscuros, cenagosos, de la de­presión. Des­ciendente de Orfeo, el poeta re­pite el iti­nerario hacia el submundo para rescatar su ánima. Pastilla camaleón ahonda en esa poética que en Kubla Khan Herbert definiera como una coreografía hipertextual. Y asienta que el poema es el lugar donde la memoria “cercena lo que une”.