lunes, 10 de enero de 2011

Un pollo en el cuarto de los niños

Aarón B. López Feldman
 
I

Cuando llegó con el primer anuncio pensé que sólo bromeaba. Yo estaba sentada frente a la computadora terminando una traducción que tenía que enviar esa misma noche.
—Mira —me dijo y tapó el moni­tor con una hoja tamaño carta im­presa hasta la mitad.
“Se solicita matrimonio de plan­ta”, leí en el título.
—Beto, tengo que terminar esto para ya —le dije y aparté su mano con todo y hoja.
—¿Te lo leo?
—No. Tengo que terminar esto.
—Te lo leo: Se solicita matrimonio de planta para trabajar en Cancún. Ella deberá cocinar y hacerse cargo de toda la casa; él deberá desempe­ñarse de chofer y llevar el manteni­miento general.
—Ajá.
—No estaría mal, ¿no?... irnos de aquí… vivir en Cancún.
—Ajá.
—¿Cómo ves?
—Oye, en serio tengo que enviar esto hoy y no voy a aguantar mucho, estoy cansada.
—Es una buena chance de mandar todo al carajo…
—Beto, por favor…
—Bueno, ya, ya, ya…
A partir de ese momento no dejó de hablar del asunto.
—¿No siempre dices que tu cham­ba es una mierda? ¿Que nadie valora tu trabajo? ¿Que todo está hecho como si fuera comida rápida? ¡A la chingada!
—Beto, por favor, ya te quiero ver de chofer y trabajando para otros… ¡Con lo egolatrita que eres, lo jefe­cito! Además, ¿y tus fotos?
—Pues eso es lo que te digo, ¡eso! ¡A la mierda mis pinches fotos y to­das mis estúpidas aspiraciones! ¡Vámonos!
—Ajá, ¿y en serio crees que yo dudaría siquiera un momento en ir­me a vivir a casa de unos ricachones para limpiar sus baños y lavarles la ropa?
—Sí, y cocinarles también.
—Ajá, y cocinarles. Por favor, Be­to, está bien que estemos jodidos…
—¿Y qué, quieres entonces se­guir aquí, quemándote las pestañas por nada, traduciendo pendejadas pa­ra pendejos que te pagan una ba­sura?
—Pues sí, claro que lo prefiero.
—¿Y Cancún…? Ni siquiera co­nocemos Cancún…
—¿Y? Tampoco conocemos Yu­catán y no vamos a irnos a lavar es­cusados a Mérida.
—¡Mierda! ¿No entiendes un ca­rajo, verdad?
Era un infierno. Yo pensaba que él ya no podía ser más necio de lo que era, que conocía su peor parte. Estaba equivocada. Durante esos días se esforzó y se superó a sí mismo. Al fin, después de un par de semanas, casi como un milagro, se olvidó del asunto. Todo retomó su cauce. Vol­vió la paz…
Hasta que llegó con el segundo anuncio.
—Toma, léelo —me dijo y me enseñó una hoja muy parecida a la de la primera vez.
“Pareja mexicana para trabajo doméstico en el extranjero”, llevaba por título.
—Beto, ¿otra vez?
—Éste está mejor. Escucha: Fa­milia con dos niños busca matrimonio mexicano para trabajar en su residen­cia en la República Dominicana. Hom­bre: deberá desempeñar funciones de chofer, jardinero, limpieza, manteni­miento ligero de la casa. Mujer: de­ben gustarle los niños, cocinar muy bien comida mexicana y estar dispues­ta a aprender cocina dominicana e italiana, lavar, planchar y limpiar la casa. Se ofrece contrato por un año, boletos de avión ida y vuelta, vivienda en la misma casa, salario atractivo en dólares. Candidatos deben enviar currículum, referencias y fotografías. ¡República Dominicanaaaa! —berreó, moviendo la hoja con la mano.
—¡No lo puedo creer!… ¿Beto, hace cuánto que buscas ese tipo de ofertas, eh?
—Habrá que leer algo sobre el país, creo que mis únicos referentes son cosas como La Fiesta del Chivo.
—¿De dónde sacas esos anuncios? ¿Computrabajo, OCC…?
—Me pregunto qué onda con esa familia, ¿serán mexicanos que van a vivir un año en la Dominicana? Sue­na como que tienen residencia aquí y residencia allá.
—Seguro es algún diplomático. ¿Es lo que quieres? ¿Meterte en la ca­sa de un diplomático, destapar sus tu­berías, llevar a sus niños al colegio, a su señora al salón de belleza?
—No creo que sea diplomático. La casa está en La Romana. Es una ciu­dad turística, se me hace que es em­presario, hotelero quizá…
—Por qué no te buscas otra cosa, si ya no quieres hacer foto búscate otra cosa, clases o algo. Pídele algo a Mauricio.
—Sí, le voy a pedir que nos ha­ga unas referencias chingonas.
—Beto, no la amueles… ¿por qué quieres hacer esto?
—Porque aquí no puedo. Y tú tampoco.
—¿Por qué me incluyes en tu ba­sura? Supón que yo también quisie­ra renunciar a mis “anhelos de grande­za”, como dices, ¿por qué hacerlo de esa forma?
—Yo no dije eso…
—¡Como sea! ¿Por qué así, Beto?
—Porque ésta es una buena opor­tunidad. ¡A la Dominicana y a la chin­gada todo! Además es sólo un año. ¡Un año, no jodas! Si no te gusta, siempre podemos regresar.
—¿¡Si no me gusta!? ¿Qué te ha­ce pensar que me gustaría hacer una cosa así?
—No sé…
—…
—…pero me lo debes, Claudia.
—…

II
Hace calor aquí. Este cuarto no tie­ne ventilación, es demasiado pequeño; el aire está viciado, no tiene por don­de salir. Afuera hay viento fresco, pal­meras, espacio. Aquí huele a humedad y a sudor. ¿Cómo puede dormir tan bien? Y su cuerpo me da más calor, no hay para donde moverse, quisiera su­birme a la pared, nunca habíamos es­tado en una cama tan chica, ¿cómo cabemos? Y eso que ha adelgazado, el ejercicio le ha hecho bien, todo pare­ce que le ha hecho bien. Por lo visto nada le afecta, ni siquiera la forma como nos trata la zorra de tetas de plástico, o que yo me esté pudriendo en este lugar. ¿Por qué estás tan con­tento? ¿Quién lo diría? Ya despertas­te, ¿verdad? Sí, conozco tu respiración, ya despertaste. Hazte para allá, no te hagas, ya no estás dormido. Hazte pa­ra allá. ¡Carajo, hazte para allá!
—¡Ay!... ¡Hija de la chingada! ¿Qué pasó?
—Nada. ¿Estabas dormido?
—¿Por qué me pegaste?
—No sé… soñé que lo hacía.
—¿Que me pegabas?
—Sí, me despertaba y te daba con el puño en el brazo izquierdo.
—¡Uta!, qué sueños tan profundos los tuyos…
—Ya ves, en mis sueños ya sólo anhelo cosas inmediatas… ¿no es eso lo que buscabas?
—…
—¿Eh, no era eso lo que querías? ¿Tú también deberías de empezar a so­ñar así, no?
—… vete a la chingada.

III
“¡Mira este plato!, ¡y el cuchillooo, por dios!, ¡tampoco lavaste bien este cu­chillooo!”, maldita zorra de plástico, debería haber usado ese cuchillo pa­ra cortarle las tetas. Eso sí sería algo hermoso, algo grande y hermoso. Un cuchillo bien afilado rebanando un par de tetas de plástico. ¿No te gustaría una foto de eso, Beto? ¿Un close up de mi mano en el momento en que reba­no su pezón, o del cuchillo clavándose en el costado de una de sus tetas, re­ventándola, y el plástico que escurre por todos lados? ¿Qué haríamos lue­go, Beto? ¿Te quedarías en esta casa, a la espera de que lleguen nuevos in­quilinos y te den labores por hacer, alquilado con todo y la residencia, co­mo las mujeres-mueble esas de Cuan­do el destino nos alcance? Creo…
—Claudia, oye, ¿ya se fue la se­ñora?
—¿La zorra de plástico?
—¡Que no le digas así!, un día de estos te escucha…
—¿Sí, verdad? ¿Qué tal si nos expulsan de este paraíso?
—¿Se fue o no, chingaos?
—Yo qué sé, supongo.
—¿Te falta mucho?
—Sí, tu señora me puso a lavar todo esto de nuevo.
—¿Quieres que te ayude?
—Sale, lávalos tú. A lo mejor has­ta perfumito les pones.
—…
—¿O no?, ¿perfumito y toda la cosa?
—Oye…
—¡O la lengua! ¡Seguro te quedan re bien con la lengua!
—Oye… Ayer… encontré un po­llo… en el cuarto de los niños…
—Sí, yo lo puse ahí.
—¿Tú lo pusiste?
—Ajá.
—¿Cómo que “Ajá”? ¡No chin­gues, Claudia! ¿Por qué haces esas mamadas?
—Se veía bien, ¿no?
—¿Se veía bien? ¿Un pinche po­llo destazado en la puta cama?
—Ajá.
—¡No me chingues, Claudia! ¡Tu­ve que lavar todo en putiza! ¡Dejaste un mierdero! ¿¡Y si llegaban!? ¿Por qué hiciste esa mamada?
—Lo soñé.
—¿Lo soñaste?
—Ajá.
—¿Y? ¿Qué mierda si lo soñas­te? ¡No puedes hacer esas chingaderas Claudia!
—…
—¡No jodas!
—…
—¿Me escuchas? ¡No puedes ha­cer esas chingaderas!
—Sí, sí, ya… entonces ¿tú terminas los platos?
—Sí…
—Ay, pobre Beto.
—¿Pobre Beto qué?
—Pobre Beto Betito…
—¿¡Pobre Beto qué, chingao!?
—Tan acomedido él… ¿de cuán­do acá?... Ni siquiera sabes lo que te tiene tan contentito aquí, ¿verdad? ¿No has entendido lo que en realidad es­tás haciendo, cierto?
—¿De qué hablas, Claudia?
—Si estás más agrandado que nun­ca, Betito… ya no eres El Fotógrafo, pero ahora eres el pequeño gran Be­to que renunció a toda su basura… ¿En serio no te das cuenta? No renuncias­te a nada Beto, sólo lo reemplazaste…
—…
—Estás metido en la misma mier­da, Beto Betito, metidito en la mis­ma mierda…
—Estás bien pendeja, Claudia…
—No tenías que venir tan lejos pa­ra meter las patas en la misma mierda... en la casa teníamos suficiente, ¿no crees?
—…
—¿No lo crees, Beto Betito?
—…
—Pero ya no te acongojes, Be­ti­to… como te gustaba decir antes: “en ocasiones, hacer es sinónimo de com­poner”, ¿si te acuerdas?...
—¿Y…? ¿Qué vas a hacer para componer todo esto, Claudia? ¿Regre­sar el tiempo? ¿Soñar que ya estamos en casa? ¿Meterte un pollo por el culo?

IV
¿Cuánto aguantarán estas plantas sin agua? ¡Uh! A esta cosa ya se le rom­pió el asa. Asa. ¿Asa o mango? Asa, yo creo, u oreja, sí, hasta parece oreja. Pero mango puede ser también. ¿Por qué le dirán así? No parece mango. ¿Vendrá de mano? Mango, mano. Sí, puede ser. Tiene lógica. Mango para la mano, como la mano de las cosas. Mano de sartén, de tenedor, de cu­chi­llo, pero la del cuchillo es diferente, a un sartén lo agarras del mango, lo aga­rras de la mano con tu mano, pero al cuchillo le aprietas la mano, su mano se vuelve la tuya, no importa lo gran­de que sea la hoja, casi puedes cubrir toda su mano con la tuya, en cambio un tenedor es más delicado, le agarras sólo una parte de la mano, como que es más externo, y no t…
—¡Claudia…! ¡Claudia…!
—…
—…Claudia, acá estás, ya volví, ¡se me hizo tardísimo!, ojalá ya estén listos los niños, ahorita los busco y los apuro si no… oye, ya nada más los lle­vo y regreso en chinga para ayudarte con los cuartos, ¿eh?
—Soñé que los mataba.
—¿A los niños?
—Y a ella.
—¿Oye, ya preparaste sus lon­cheras?
—Fue hermoso.
—Supongo, ¿dónde están?
—Los cortaba en pedacitos.
—Claudia, se me va a hacer más tarde, ¿dónde están las loncheras?
—Los cortaba en pedacitos en­frente de ella.
—¡Claudia… las loncheras, carajo!
—Luego la obligaba a cortarse las tetas y a sacarse los ojos.
—…
—Murió desangrada.
—¿Claudia… Dónde están...?
—Ahí están adentro, en el come­dor, en la mesa grande del centro.