Enrique Bacci
ERAN LOS QUE HACÍAN UN ALTO
Ay una hora sin aviso, de otrora, en que pesa el silencio, cruje.
Respira
si es que hay por allí medianías.
Una puerta que escuche el grito de su vecina vivienda de los
ingleses, ay
el tiempo que hace. Este crujimiento de la oscuridad, manera de
madera
dura. Todo el sitio que sea posible, de otrora esta hora sin aviso.
Luego convertido el asunto en pasadizo, alero, correría de vientos
mañaneros.
Una voz que anochece y raspa sus manos con el jabón de la tardanza
siempre llega de otro lado, del otro lado.
Las casas de los ferroviarios están utilizando la palabra siempre,
para ser
llegadas. Desde el sur o el norte, a esa hora del día en que todo
afloja
y el silencio mira respirar,
los ferroviarios se descalzan y desprenden su dura condición
vivir en la mitad del viento.
EL ROSTRO ANTE LO QUE PUEDA ENCONTRAR
De ideomas cónico, plateado por inmensas lunaradas, oscuro al reír, si
río. Las aletas del sentido
centinelas, una voz de noche llama, una voz de día escucha lo
pedestre.
Tan lejos del habla como el quién cabalo piafa ante el incendio de las
aguas. Dorado
trompetero, pejerrey.
BAJO UN LECHO QUE NO ES EL SUYO, HA TENDIDO LA HORA
Las circulares y en densas, las lineales. La extensas convenciones de
sí el tiempo, dir,
allá.
Y después hablarse. Conseguir listar el aire, qué una sombra o aquí un
sumergimiento.
Un crecer que nomás desaparece de la piedra que cayó en el
río.
En denso luego no entendido los peces ven correrse un mundo. Uno de
tantos.
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