Aarón B. López Feldman
I
Cuando llegó con el primer anuncio pensé que sólo bromeaba. Yo estaba sentada frente a la computadora terminando una traducción que tenía que enviar esa misma noche.
—Mira —me dijo y tapó el monitor con una hoja tamaño carta impresa hasta la mitad.
“Se solicita matrimonio de planta”, leí en el título.
—Beto, tengo que terminar esto para ya —le dije y aparté su mano con todo y hoja.
—¿Te lo leo?
—No. Tengo que terminar esto.
—Te lo leo: Se solicita matrimonio de planta para trabajar en Cancún. Ella deberá cocinar y hacerse cargo de toda la casa; él deberá desempeñarse de chofer y llevar el mantenimiento general.
—Ajá.
—No estaría mal, ¿no?... irnos de aquí… vivir en Cancún.
—Ajá.
—¿Cómo ves?
—Oye, en serio tengo que enviar esto hoy y no voy a aguantar mucho, estoy cansada.
—Es una buena chance de mandar todo al carajo…
—Beto, por favor…
—Bueno, ya, ya, ya…
A partir de ese momento no dejó de hablar del asunto.
—¿No siempre dices que tu chamba es una mierda? ¿Que nadie valora tu trabajo? ¿Que todo está hecho como si fuera comida rápida? ¡A la chingada!
—Beto, por favor, ya te quiero ver de chofer y trabajando para otros… ¡Con lo egolatrita que eres, lo jefecito! Además, ¿y tus fotos?
—Pues eso es lo que te digo, ¡eso! ¡A la mierda mis pinches fotos y todas mis estúpidas aspiraciones! ¡Vámonos!
—Ajá, ¿y en serio crees que yo dudaría siquiera un momento en irme a vivir a casa de unos ricachones para limpiar sus baños y lavarles la ropa?
—Sí, y cocinarles también.
—Ajá, y cocinarles. Por favor, Beto, está bien que estemos jodidos…
—¿Y qué, quieres entonces seguir aquí, quemándote las pestañas por nada, traduciendo pendejadas para pendejos que te pagan una basura?
—Pues sí, claro que lo prefiero.
—¿Y Cancún…? Ni siquiera conocemos Cancún…
—¿Y? Tampoco conocemos Yucatán y no vamos a irnos a lavar escusados a Mérida.
—¡Mierda! ¿No entiendes un carajo, verdad?
Era un infierno. Yo pensaba que él ya no podía ser más necio de lo que era, que conocía su peor parte. Estaba equivocada. Durante esos días se esforzó y se superó a sí mismo. Al fin, después de un par de semanas, casi como un milagro, se olvidó del asunto. Todo retomó su cauce. Volvió la paz…
Hasta que llegó con el segundo anuncio.
—Toma, léelo —me dijo y me enseñó una hoja muy parecida a la de la primera vez.
“Pareja mexicana para trabajo doméstico en el extranjero”, llevaba por título.
—Beto, ¿otra vez?
—Éste está mejor. Escucha: Familia con dos niños busca matrimonio mexicano para trabajar en su residencia en la República Dominicana. Hombre: deberá desempeñar funciones de chofer, jardinero, limpieza, mantenimiento ligero de la casa. Mujer: deben gustarle los niños, cocinar muy bien comida mexicana y estar dispuesta a aprender cocina dominicana e italiana, lavar, planchar y limpiar la casa. Se ofrece contrato por un año, boletos de avión ida y vuelta, vivienda en la misma casa, salario atractivo en dólares. Candidatos deben enviar currículum, referencias y fotografías. ¡República Dominicanaaaa! —berreó, moviendo la hoja con la mano.
—¡No lo puedo creer!… ¿Beto, hace cuánto que buscas ese tipo de ofertas, eh?
—Habrá que leer algo sobre el país, creo que mis únicos referentes son cosas como La Fiesta del Chivo.
—¿De dónde sacas esos anuncios? ¿Computrabajo, OCC…?
—Me pregunto qué onda con esa familia, ¿serán mexicanos que van a vivir un año en la Dominicana? Suena como que tienen residencia aquí y residencia allá.
—Seguro es algún diplomático. ¿Es lo que quieres? ¿Meterte en la casa de un diplomático, destapar sus tuberías, llevar a sus niños al colegio, a su señora al salón de belleza?
—No creo que sea diplomático. La casa está en La Romana. Es una ciudad turística, se me hace que es empresario, hotelero quizá…
—Por qué no te buscas otra cosa, si ya no quieres hacer foto búscate otra cosa, clases o algo. Pídele algo a Mauricio.
—Sí, le voy a pedir que nos haga unas referencias chingonas.
—Beto, no la amueles… ¿por qué quieres hacer esto?
—Porque aquí no puedo. Y tú tampoco.
—¿Por qué me incluyes en tu basura? Supón que yo también quisiera renunciar a mis “anhelos de grandeza”, como dices, ¿por qué hacerlo de esa forma?
—Yo no dije eso…
—¡Como sea! ¿Por qué así, Beto?
—Porque ésta es una buena oportunidad. ¡A la Dominicana y a la chingada todo! Además es sólo un año. ¡Un año, no jodas! Si no te gusta, siempre podemos regresar.
—¿¡Si no me gusta!? ¿Qué te hace pensar que me gustaría hacer una cosa así?
—No sé…
—…
—…pero me lo debes, Claudia.
—…
II
Hace calor aquí. Este cuarto no tiene ventilación, es demasiado pequeño; el aire está viciado, no tiene por donde salir. Afuera hay viento fresco, palmeras, espacio. Aquí huele a humedad y a sudor. ¿Cómo puede dormir tan bien? Y su cuerpo me da más calor, no hay para donde moverse, quisiera subirme a la pared, nunca habíamos estado en una cama tan chica, ¿cómo cabemos? Y eso que ha adelgazado, el ejercicio le ha hecho bien, todo parece que le ha hecho bien. Por lo visto nada le afecta, ni siquiera la forma como nos trata la zorra de tetas de plástico, o que yo me esté pudriendo en este lugar. ¿Por qué estás tan contento? ¿Quién lo diría? Ya despertaste, ¿verdad? Sí, conozco tu respiración, ya despertaste. Hazte para allá, no te hagas, ya no estás dormido. Hazte para allá. ¡Carajo, hazte para allá!
—¡Ay!... ¡Hija de la chingada! ¿Qué pasó?
—Nada. ¿Estabas dormido?
—¿Por qué me pegaste?
—No sé… soñé que lo hacía.
—¿Que me pegabas?
—Sí, me despertaba y te daba con el puño en el brazo izquierdo.
—¡Uta!, qué sueños tan profundos los tuyos…
—Ya ves, en mis sueños ya sólo anhelo cosas inmediatas… ¿no es eso lo que buscabas?
—…
—¿Eh, no era eso lo que querías? ¿Tú también deberías de empezar a soñar así, no?
—… vete a la chingada.
III
“¡Mira este plato!, ¡y el cuchillooo, por dios!, ¡tampoco lavaste bien este cuchillooo!”, maldita zorra de plástico, debería haber usado ese cuchillo para cortarle las tetas. Eso sí sería algo hermoso, algo grande y hermoso. Un cuchillo bien afilado rebanando un par de tetas de plástico. ¿No te gustaría una foto de eso, Beto? ¿Un close up de mi mano en el momento en que rebano su pezón, o del cuchillo clavándose en el costado de una de sus tetas, reventándola, y el plástico que escurre por todos lados? ¿Qué haríamos luego, Beto? ¿Te quedarías en esta casa, a la espera de que lleguen nuevos inquilinos y te den labores por hacer, alquilado con todo y la residencia, como las mujeres-mueble esas de Cuando el destino nos alcance? Creo…
—Claudia, oye, ¿ya se fue la señora?
—¿La zorra de plástico?
—¡Que no le digas así!, un día de estos te escucha…
—¿Sí, verdad? ¿Qué tal si nos expulsan de este paraíso?
—¿Se fue o no, chingaos?
—Yo qué sé, supongo.
—¿Te falta mucho?
—Sí, tu señora me puso a lavar todo esto de nuevo.
—¿Quieres que te ayude?
—Sale, lávalos tú. A lo mejor hasta perfumito les pones.
—…
—¿O no?, ¿perfumito y toda la cosa?
—Oye…
—¡O la lengua! ¡Seguro te quedan re bien con la lengua!
—Oye… Ayer… encontré un pollo… en el cuarto de los niños…
—Sí, yo lo puse ahí.
—¿Tú lo pusiste?
—Ajá.
—¿Cómo que “Ajá”? ¡No chingues, Claudia! ¿Por qué haces esas mamadas?
—Se veía bien, ¿no?
—¿Se veía bien? ¿Un pinche pollo destazado en la puta cama?
—Ajá.
—¡No me chingues, Claudia! ¡Tuve que lavar todo en putiza! ¡Dejaste un mierdero! ¿¡Y si llegaban!? ¿Por qué hiciste esa mamada?
—Lo soñé.
—¿Lo soñaste?
—Ajá.
—¿Y? ¿Qué mierda si lo soñaste? ¡No puedes hacer esas chingaderas Claudia!
—…
—¡No jodas!
—…
—¿Me escuchas? ¡No puedes hacer esas chingaderas!
—Sí, sí, ya… entonces ¿tú terminas los platos?
—Sí…
—Ay, pobre Beto.
—¿Pobre Beto qué?
—Pobre Beto Betito…
—¿¡Pobre Beto qué, chingao!?
—Tan acomedido él… ¿de cuándo acá?... Ni siquiera sabes lo que te tiene tan contentito aquí, ¿verdad? ¿No has entendido lo que en realidad estás haciendo, cierto?
—¿De qué hablas, Claudia?
—Si estás más agrandado que nunca, Betito… ya no eres El Fotógrafo, pero ahora eres el pequeño gran Beto que renunció a toda su basura… ¿En serio no te das cuenta? No renunciaste a nada Beto, sólo lo reemplazaste…
—…
—Estás metido en la misma mierda, Beto Betito, metidito en la misma mierda…
—Estás bien pendeja, Claudia…
—No tenías que venir tan lejos para meter las patas en la misma mierda... en la casa teníamos suficiente, ¿no crees?
—…
—¿No lo crees, Beto Betito?
—…
—Pero ya no te acongojes, Betito… como te gustaba decir antes: “en ocasiones, hacer es sinónimo de componer”, ¿si te acuerdas?...
—¿Y…? ¿Qué vas a hacer para componer todo esto, Claudia? ¿Regresar el tiempo? ¿Soñar que ya estamos en casa? ¿Meterte un pollo por el culo?
IV
¿Cuánto aguantarán estas plantas sin agua? ¡Uh! A esta cosa ya se le rompió el asa. Asa. ¿Asa o mango? Asa, yo creo, u oreja, sí, hasta parece oreja. Pero mango puede ser también. ¿Por qué le dirán así? No parece mango. ¿Vendrá de mano? Mango, mano. Sí, puede ser. Tiene lógica. Mango para la mano, como la mano de las cosas. Mano de sartén, de tenedor, de cuchillo, pero la del cuchillo es diferente, a un sartén lo agarras del mango, lo agarras de la mano con tu mano, pero al cuchillo le aprietas la mano, su mano se vuelve la tuya, no importa lo grande que sea la hoja, casi puedes cubrir toda su mano con la tuya, en cambio un tenedor es más delicado, le agarras sólo una parte de la mano, como que es más externo, y no t…
—¡Claudia…! ¡Claudia…!
—…
—…Claudia, acá estás, ya volví, ¡se me hizo tardísimo!, ojalá ya estén listos los niños, ahorita los busco y los apuro si no… oye, ya nada más los llevo y regreso en chinga para ayudarte con los cuartos, ¿eh?
—Soñé que los mataba.
—¿A los niños?
—Y a ella.
—¿Oye, ya preparaste sus loncheras?
—Fue hermoso.
—Supongo, ¿dónde están?
—Los cortaba en pedacitos.
—Claudia, se me va a hacer más tarde, ¿dónde están las loncheras?
—Los cortaba en pedacitos enfrente de ella.
—¡Claudia… las loncheras, carajo!
—Luego la obligaba a cortarse las tetas y a sacarse los ojos.
—…
—Murió desangrada.
—¿Claudia… Dónde están...?
—Ahí están adentro, en el comedor, en la mesa grande del centro.
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