lunes, 28 de febrero de 2011
Clasicismo criollo
Carolina Benavente Morales
Rocío Cerón, Tiento, Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2010, 80 p.
…et plus il y a de corps plus il y a de pensée…
Antonin Artaud
Una voz honda mas no solemne. Esta característica, atribuida por Rocío Cerón (1972) a un grupo de poetas peruanos contemporáneos, bien podría aplicarse a la propia poesía de esta escritora, artista, editora y gestora cultural mexicana. La ponderación y el riguroso trabajo en torno a la lengua podrían ser otros de sus rasgos destacados, al igual que los constantes cruces con la música, el video, la fotografía, la danza o el performance, ya sea en sus libros, ya sea en sus presentaciones. Tenemos así la paradoja de una obra densa, que podría adscribirse al linaje “metafísico” de la poesía mexicana —según observa Raúl Zurita—, pero que no deja por ello de interrogar sus vínculos con otros registros estéticos, así como con la propia materialidad de la palabra.
El quehacer de Cerón conlleva un tratamiento de la relación con la modernidad que resulta singular en la actual producción artística y literaria de nuestro continente. En efecto, en contraste con las opciones de lo pop y lo neobarroco, Rocío elabora una suerte de clasicismo estético que me parece fundamental relevar al integrar otra faceta del acriollamiento entendido como poética de los fragmentos que, al mismo tiempo, resulta constitutiva de nuestras culturas. En principio, no hay nada más lejano de lo clásico que nuestras caóticas, bastardas sociedades, pero la obra de Rocío Cerón, y en particular Tiento, refuerza en mí la impresión de un clasicismo criollo que no es obsecuente con el occidental, ya que no lo copia, sino que indaga en sus mecanismos.
Es imprescindible desmontar nuestros lugares comunes acerca de lo clásico. Usualmente, éste remite, en estética, a un conjunto de formas o figuras surgidas en la Antigüedad grecorromana, líneas sobrias y depuradas, racionalmente organizadas según patrones geométricos y regidas por un ideal de equilibrio que habría que seguir. De hecho, esta acepción, la del modelo a seguir, define lo clásico entendido como objeto de primera clase. No obstante, según expone Gilles Deleuze en sus clases sobre pintura,1 la descripción realizada no se adecúa del todo a la concepción del arte griego, la que sería más bien orgánica, dinámica, volumétrica y colectiva, aunque preservando elementos del arte egipcio que, él sí, sería geométrico, esencialista, plano e individualista. En el arte griego, observa el filósofo francés, es posible leer el derrumbe de todas las certezas.
Lo anterior, aunque dicho en forma muy simplificada, me permite explicar que lo clásico occidental, su primigenio referente grecorromano, lo es en tanto ya anuncia el pliegue barroco que permitirá la constitución de un proyecto imperial occidental de clase mundial. De hecho, como sugiere el pensador antillano Édouard Glissant,2 no cabría oponer estrictamente movimiento y estabilidad, como tampoco abogar por uno de ellos en especial, sino más bien dar lugar a una apreciación de sus mutuas imbricaciones. Para el caso caribeño, por ejemplo, él defiende la instauración de una fijeza —en su caso, vinculado al ejercicio de la escritura alfabética— impregnada de movimiento —de oralidad y de ritmo—, de manera de asentar el proyecto civilizacional de Lo Diverso. Y me parece que la articulación compleja entre tales elementos, pero también su veladura, el ocultamiento de esta relación, es lo que ha contribuido a rigidizar la imagen de lo “clásico” en el canon occidental.
Con base en lo anterior, observo que, mientras el proyecto neobarroco tiende a idealizar la convulsión, Rocío Cerón adopta una mirada relativa de lo fijo y lo convulso, aunque apuntando, al igual que Glissant, a redimensionar el primero de estos términos. Dado que en el Caribe el sentido de la fragmentación es mucho mayor que en México, podría invertir mi argumento inicial y señalar que, de hecho, lo más llamativo en la obra de Cerón no sería tanto su clasicismo en sí como el barroquismo de éste, generando desvaríos que conducen a nuevos estados de quietud. En Tiento, esto se percibe si se toman en cuenta algunos aspectos sobre los cuales me explayaré brevemente, apoyándome para ello en la pertenencia de este libro a una trilogía compuesta, además, de Basalto (2001) e Imperio (2008).
El primero de estos aspectos tiene que ver con el libro mismo como soporte de una obra que trasciende el plano netamente literario para entablar un diálogo con el registro fotográfico de Valentina Siniego y la composición musical de Enrico Chapela, otros dos destacados creadores mexicanos de hoy. Mientras que Basalto fue publicado ajustándose al formato convencional de escritura-poemario, Imperio dio lugar a una segunda edición en la que la palabra se enlazó a un tratamiento visual de parte de otros autores. Según la opinión de un crítico, esto se dio de un modo algo forzado, aunque la interdisciplinariedad en Tiento me parece bastante lograda, pues las colaboraciones de Siniego y Chapela se enlazan armoniosamente con la estética verbal de Cerón.
Por un lado, en cuanto a la visualidad aportada por Siniego, destaca el hecho de que se trate de fotografías, ya que esta técnica de reproducción basada en la captura de la luz se encuentra hermanada con la escritura por medio del grafismo. Además, sobresale a primera vista el hecho de que estas fotografías hayan sido impresas en blanco y negro, adaptándose sin mayores sobresaltos visuales al cromatismo empleado en las publicaciones literarias. La obra de Chapela, por otro lado, no fue anexada a través de un disco compacto u otro medio de grabación digital, sino intercalando en el texto los cuadernillos desplegables con las partituras de sus dos composiciones, “Anotación sobre la bruma” y “Gramática del nudo”. De hecho, Enrico Chapela es un atípico compositor de música clásica. Esta circunstancia tiene bastante que ver con mi lectura de Tiento.
El uso de los procedimientos señalados es sin duda el más llamativo en una primera aproximación al libro de Cerón, que adquiere de este modo un estatus audiovisual otro, como una suerte de videopoema estático pero dotado de un dinamismo de la escritura y, desde luego, de la lectura. Tiento no es en rigor un libro-objeto ni un libro que cabría dentro de lo experimental, sin dejar de serlo. Sería más bien un libro que ocupa una amplia gama de recursos de escritura para tensar y potenciar el espectro de lo literario, de lo letrado, pero sobre todo de lo racional como dominio orientado por el sentir y de una intelectualidad regida por la emotividad poética, pero que no abdica ante la exigencia del pensar.
Un segundo aspecto sobresale, después de hojear el libro, al comenzar la lectura de un texto dotado de una peculiar cadencia y de pregnantes momentos de silencio, como si todo lo importante en él ocurriera en esos puntos y en los espacios que median entre aquellos versos. Si bien el uso de enunciados breves y como entrecortados no se da a lo largo de todo el texto, sí se da de manera reiterada, como ocurre en “Sisa. La cavidad. La hendidura. La madre”. Sobre todo llama mi atención el hecho de que estas oraciones, a veces palabras únicas, sean separadas por signos cuya función no sería únicamente la de culminar una idea para dar paso a otra idea asociada, sino ante todo la de proyectarnos hacia la conciencia de la poeta reflexionando sobre sus palabras. De un modo distinto al uso de palabras escalonadas en líneas, los puntos utilizados actúan aquí como verdaderos puntos de fuga hacia la subjetividad de la escritora que ha hecho pacto con la poesía. También en este nivel gramatical tenemos el recurso a la detención como elemento que toma realce en tanto permite la progresión del discurso verbal.
Desde este punto de vista, se acentúa la coherencia con el recurso visual a la fotografía, que es por excelencia el arte de la captura del momento y de la ilusión de una parálisis en el tiempo. Es interesante cómo las imágenes tomadas por Valentina Siniego no sólo van hilvanando una historia en su conjunto, cuestión sobre la cual volveré, sino que cada una de ellas muestra situaciones que nos invitan a construir historias: una casa, una mujer tejiendo, migas de pan acompañadas de un cuchillo, las siluetas de algunos hombres sentados a una mesa, unas plumas que caen… En total son ocho imágenes, sin contar el retrato de un grupo de mujeres ubicado sobre un montón de otras fotografías en blanco y negro que figura en la portada.
No estoy capacitada para referirme a la música en este nivel, pero he recurrido al conocimiento musicológico de la chilena Adriana Barrueto para lograr hacerlo de alguna manera. Debo precisar que sólo le pedí una impresión rápida basada en la escucha de las piezas de Enrico Chapela, las que son interpretadas en cello por Natalia Pérez Turner y están alojadas en el blog de Rocío Cerón. Es decir, ella no tuvo acceso a las partituras. Sobra decir que está exenta de cualquier falla en el análisis de segundo grado que yo pueda hacer con base en sus observaciones. En “Anotación sobre la bruma”, señala Barrueto, puede leerse una transformación que va desde lo melódico a lo rítmico, dentro de una métrica muy libre que se basa principalmente en un rubato constante con variadas inflexiones de velocidad. En “Gramática del nudo” predomina la relación de suspenso constante entre estados inciertos, quebrados y violentos y otros estables, predecibles, reiterativos y fluidos: esta relación podría definir la gramática del nudo, entendido éste como estado de enmarañamiento creativo donde la quietud es cómplice del desvarío.
El tercer aspecto de Tiento es el narrativo. Si la belleza de Basalto radicaba en la instalación de la poética en el centro del poema, animado por una concepción plástica del idioma como roca a esculpir, la de Tiento se asienta en el descentramiento de este esfuerzo hacia núcleos diversos de emotividad y afección. El combate cuerpo a cuerpo con la lengua persiste, pasión por la palabra cincelada, pero el peñón se ha domeñado en ese esfuerzo y reemerge como basamento de otras aventuras del decir, así como de nuevos enlaces dentro de la vívida tradición del sentir.
Al igual que en Imperio, hay en Tiento una práctica de la poesía como rumiada lenta de los hechos del mundo, dispositivo estético que consiste en palpar su aliento y urdir los jirones de sentido que se alojan inescapables en la experiencia colectiva. Pero mientras en el poemario previo la excursión parecía acontecer en las hendiduras de una astillada pantalla televisiva, esta vez el viaje nos conduce a la memoria familiar migrante de un silencio incubado en medio del bullicio planetario, albergando sus atronadoras fracturas de ciudades bombardeadas desde el cielo, desiertos resquebrajados por el sol y mujeres exiliadas de sí mismas que dibujan una genealogía doméstica y global a la vez. Lo interesante es que la trayectoria geográfica seguida por este maletín de recuerdos nos conduce de regreso al continente, esbozando un tiento-tentáculo filial que surge de las entrañas de Europa y se desliza sobre el mapa de América, de Este a Oeste, de Norte a Sur, para arremolinarse en torno a un punto preciso que es un hogar y su casa, remanso de intimidad desde donde se lleva a cabo una reflexión y una inscripción sobre/en la gran historia.
Las fotografías de Valentina Siniego acompañan de manera eficaz este viaje, ya que, a pesar de haber sido tomadas en Serbia y ser, por ende, documentales, no contienen detalles que permitan asociarlas a esta localidad concreta, evocando por ende un rango más amplio de culturas y personas que incluyen a las nuestras. Este emplazamiento coincide con el lugar donde empieza el poemario de Cerón, que es la ciudadela serbia de Kalemegdan, lo que, de acuerdo con las autoras, sería una casualidad. En cualquier caso, la travesía fotográfica de Siniego se inicia frente a una casa y parece recorrer distintos espacios de la misma, capturando oblicuamente a algunos de sus habitantes, para terminar con las imágenes de una puerta cerrada y de tres plumas como flotando en el aire de una extraña manera, como evocando la ligereza final alcanzada por los tres personajes femeninos que protagonizan la historia de Rocío.
El análisis de Adriana Barrueto es muy importante pues me permite nombrar y percibir algunos fenómenos auditivos y sensoriales que ocurren al oír la música de Chapela. Por ejemplo, el contraste entre la quietud de “Anotación sobre la bruma” y la convulsión de “Gramática del nudo” me parecía evidente, pero no lo era la evolución general de este conjunto de dos composiciones hacia un estado de predominancia rítmica que, a su vez, está puntuado por diferentes “nudos” de estabilidad. Y esto sin contar con el efecto global de autonomía que ello produce en el oyente, descrito del siguiente modo por la musicóloga: “Ambas obras crean la sensación de fenómeno autopoiético o de pequeños sistemas que al empezar a funcionar se transforman o mutan, casi sin la necesidad de la ‘orden’, la decisión o la creación del compositor, como si cada configuración sonora reaccionara a la acción de las anteriores.”
Se reitera aquí la idea de un equilibrio (“Anotación sobre la bruma”) generador de incesante potencia, tanto más cuanto que ésta descansa en la utilización de pocas notas (“Gramática del nudo”). Trasfondo de precariedad popular que encuentra correspondencia en los escenarios fotografiados por Siniego, así como en una pequeña historia que transcurre al margen de las grandes narrativas de este mundo y que, si se ha encontrado atada a sus convulsiones, ha logrado crearse nuevas condiciones de equilibrio.
Hay excavaciones destinadas a erigir colosales edificaciones verticales, pero otras, como la de Rocío Cerón, sostienen las paredes infinitamente porosas de un laberinto de experiencias que se entrecruzan sobre las páginas de un libro como sobre la hormigueante superficie del planeta. Tiento es esta madriguera donde se enlazan voces, memorias, historias, multiplicadas por las resonancias visuales y musicales de un poemario transdisciplinario y colaborativo. Este libro es un basamento. Un punto de equilibrio. Un haz de posibilidades en la difractada aventura del acriollamiento.
1 Gilles Deleuze, Pintura: el concepto de diagrama, Cactus, Buenos Aires, 2007.
2 Édouard Glissant, El discurso antillano, Monte Ávila, Caracas, 2005.
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