martes, 14 de diciembre de 2010
¿Vestido de novia o con ropa de macho?
Francesca Dennstedt
João Gilberto Noll, A cielo abierto, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2009, 167 p.
Hace poco leí en un cuento que la literatura no consiste en la búsqueda de temas y la pesada tarea de darles forma, sino en la capacidad de traspasar lo espontáneo, lo fragmentario y lo casual de las experiencias sin que pierdan su carácter inmediato; es decir, la literatura existe cuando “uno se ha vuelto literatura”. El cuento del que hablo es “El todo que surca la nada”, de César Aira. Uno puede estar de acuerdo o no con lo que este cuento propone, pero lo cierto es que la literatura que se está escribiendo en la actualidad, o por lo menos la que encuentro interesante, tiende a la improvisación, a lo instantáneo y cambiante. Y es precisamente dentro de este tipo de literatura donde se podría situar al escritor brasileño João Gilberto Noll, quien desde la década de los ochenta, con la publicación de O cego e a dançarina, se ha revelado (por lo menos en Brasil) como uno de los escritores más sugerentes de la actualidad.
Es común escuchar hablar de la marginación de la literatura brasileña debido a las barreras del lenguaje que separaran a este país del resto de Hispanoamérica. João Gilberto Noll, al igual que gran parte de los escritores brasileños de la actualidad —y me atrevería a decir del pasado, porque la literatura brasileña no se reduce a Machado de Assis, Clarice Lispector o Jorge Amado, aunque sin duda fueron grandes escritores—, es un autor que poco se le conoce en México, sobre todo por las diferencias lingüísticas. Sin embargo, ¿por qué se lee más literatura estadunidense o francesa en México, si ambas, obviamente, no están escritas en español? ¿Por qué se conoce más la literatura de otros países que la brasileña si ésta es más cercana a nosotros? ¿Por qué esta constante marginación de lo latinoamericano? A causa de este desconocimiento y rechazo me interesa hablar de A cielo abierto.
Intentar resumir la trama de A cielo abierto es ordenar una literatura que se resiste a la jerarquización de ideas, que aboga por lo simultáneo y que está cansada de la previsión. Además, resumirla no es sencillo: el estilo improvisado de la escritura de Noll, refiriéndome tanto a la apariencia de improvisación del libro como a la improvisación real de la escritura, no da lugar a la planeación ni a la sucesión de hechos; tanto los personajes como las anécdotas irrumpen de la nada para, de repente, desaparecer en el olvido. Y es precisamente con una pesadilla —que, tanto en la cabeza del narrador-protagonista como en la del lector, rápidamente se olvida— con lo que el autor decide comenzar su narración: “Grité. Tuve una pesadilla cuando soñé con mi escuela (…) y le pregunté si él había oído las campanadas al mediodía… ¿al mediodía de ayer o de hoy?, pregunté yo mismo distraído.” Además de que esta pesadilla no tiene importancia dentro de la trama, el lector carece de certidumbre sobre la veracidad del sueño: con Noll nada o muy poco es seguro.
El relato de A cielo abierto se centra en un personaje que, al ir a buscar a su padre al campo de batalla para pedirle dinero y poder curar a su hermano enfermo, es obligado a participar en una guerra cuyos motivos desconoce, por lo que decide desertar. En los textos de Noll, este narrador-protagonista nunca tiene nombre, edad ni nacionalidad definidos, siempre se encuentra en movimiento y su identidad se presenta al lector fragmentada. El narrador-protagonista que transita por las diferentes novelas es uno cuya identidad se ensaya en diversas experiencias, se fracciona: unas veces este narrador-protagonista es un escritor, otras un actor o, como en este caso, un desertor. En A cielo abierto, el narrador-protagonista no es lo único indefinido: el lector no sabe ni en qué tiempo ni en qué espacio se desarrollan las acciones; y tampoco puede asegurar si todo lo que dice el narrador-protagonista es verdadero, ya que éste siempre se presenta como espectador y no como actor de su vida. En este sentido, la poética de Noll se aproxima a las ideas mostradas por el cuento de César Aira mencionado arriba: el escritor tiene que perder la manía de prever todo lo que sucede en la novela, tiene que frenar la compulsión que siente por ordenar, por jerarquizar las acciones. Porque una buena escena está “bañada en una especie de formol que la protege del vaho de las previsiones”, porque así deja de contar la misma historia, deja de comunicar significados establecidos, de delimitar el espacio y el tiempo, y en lugar de reducirlas, abre un mundo lleno de posibilidades.
Por otro lado, decir que A cielo abierto es una historia de amor podría remitirnos a las solapas al uso en nuestros días, que a fuerza resaltan, lo amerite o no, algún motivo amoroso o sexual de la novela. Pero en este caso vale la pena hacerlo. Más que una historia de amor, la novela expone la sexualidad del narrador-protagonista, la cual, para variar, es indefinida. Desde el inicio del libro, el lector percibe una tensión sexual entre el protagonista y su hermano menor —“tantas veces sentado sobre mis piernas, otras tantas sentado sobre mi propia verga como si él no supiese”—, que culmina cuando regresa al campo de batalla y encuentra al hermano vestido de mujer. La escena no es clara porque el protagonista no está seguro de que su hermano esté vestido de novia o listo para su primera comunión: “yo ya sentía sí en mi cuerpo entero una desconfianza brutal de todo lo que había estado viendo desde que vi a mi hermano vestido de novia o de mujer en la primera comunión no sé, desde allí poco me importaba lo que hicieran de mí, que me mataran, me hirieran, me descuartizaran, me despedazaran todo bien, pero decididamente no tenía más nada que ver con toda aquella mierda de ejército de guerra de padre de hermano vestido de novia o con ropa de macho”.
Sea cual sea el caso, el hermano se convierte en la mujer que siempre había buscado el narrador-protagonista, quien pasa a hablar de él (su hermano) a hablar de ella (su esposa). Este cambio en el género del personaje es imprevisible y en cierto sentido poco verosímil, porque termina también modificando su sexo. El hermano tiene, finalmente, la capacidad de procrear. Claro está que esto nunca se esclarece del todo, y entenderlo de este modo es sólo una de las interpretaciones que el lector puede hacer del libro. Hay quienes afirmarían que el hermano y la mujer son dos personajes diferentes, y aun hallarían argumentos textuales para demostrarlo. Sin embargo, propongo una lectura que explore una visión más amplia del género como un factor social y no biológico: mientras que el hermano cambia de sexo, el género del protagonista es indefinido, indefinición que está ligada a condiciones sociales específicas, como el abandono del padre, la ausencia de la madre y el abuso sexual que sufre en el ejército. Es importante aclarar que, en el texto, estas condiciones sociales sí afectan el género del personaje, pero esto no se puede interpretar como que, necesariamente, una persona es homosexual porque tuvo traumas de pequeño. Utilizar estas situaciones es una manera simple de presentar el carácter social del género, es decir: un homosexual es nombrado “homosexual” porque la sociedad lo define como tal. Por otro lado, la homosexualidad, o cualquier otro tipo de orientación, es tratada en el libro de Noll con normalidad y aceptación aunque, en la mayoría de los casos, deja ver que puede existir una desventaja para el homosexual. En este caso, la desventaja del narrador-protagonista es que no encuentra su referente en las categorías ya establecidas socialmente, y al final termina perdiendo hasta su nacionalidad. Además, con frecuencia sufre abusos por parte de una sociedad típicamente autoritaria que no permite individuos fragmentarios o indefinidos. Este carácter indefinido de la sexualidad nos remite, de nuevo, a César Aira. En Cómo me hice monja, el protagonista se refiere a su persona en femenino, pero los demás personajes se refieren a ella en masculino. Además, existe también en este texto una figura autoritaria que impulsa el desarrollo de la novela: el padre obliga a la niña(o) a comer un helado que está malo, situación que desencadena la narración y los infortunados acontecimientos en la vida de la niña(o). El paralelismo entre ambos autores no sólo se encuentra en su idea sobre la literatura: también comparten ideas sobre la sexualidad y el género.
La necesidad de contar lo espontáneo de la vida, de transmitir el sentido de improvisación, sumada a las inquietudes sexuales y la fragmentación del carácter del personaje, exige la búsqueda de un lenguaje que pueda hacer surgir lo anterior. Este lenguaje, casi barroco, ha sido identificado por Reinaldo Laddaga, en su ensayo Espectáculos de realidad, como el lenguaje invertebrado. El lenguaje invertebrado, dice el narrador-protagonista de Harmada, otro de los libros de Noll, es “aquel que desconoce cualquier viga maestra, aquel que no quiere ir a punto alguno, aquel que en microexplosiones se licua en la pantalla opaca del ciego”; es decir, y parafraseando a Laddaga: quien utiliza este tipo de lenguaje no busca comunicar significados establecidos o estados de ánimo fijos, sino la posibilidad de construir secuencias, escenas destinadas a provocar reacciones, para que por un momento el lector pueda acceder a la oscura realidad en que vivimos.* El lenguaje invertebrado busca, entre otras cosas, transmitir el sentido de improvisación e inmediatez del texto, mediante frases largas, con poca puntuación y muy pocas oraciones subordinadas. Busca presentar escenas para provocar un choque en el lector, para sacarlo de su cotidianidad: “Mi hermano dejaba escapar algunos vómitos por los costados de la boca y yo me quedaba mirando aquellos chorros como quien dijera: ve, vomita todo, si quieres yo pongo en mi boca la baba tibia y corrupta de tu vómito.” Gilberto Noll, en alguna entrevista, se declaró un escritor de lenguaje, y es que si hay algo seguro en la escritura de Noll es su lenguaje singular, invertebrado, que no sigue las normas de la sintaxis, que no quiere llegar a ningún punto establecido.
* En este sentido Laddaga compara los textos de Noll con los de Lispector y dice: “Clarice Lispector, quien a mediados de siglo comenzaba a construir fabulaciones de sujetos imantados por un deseo de hacer contacto con lo que, en ellas o ellos, sería un eso elemental (la vida, digamos, que ‘se es’, la existencia básica, en tanto en ella se anudan un cierto amor y una cierta crueldad, en un juego de capturas y donaciones), y cobrados por un deseo de intensidad (‘disrrítmica’, dirá Noll) que aniquilara, aunque no fuera sino por un momento, la placidez sonámbula de una existencia estructurada hasta en sus dimensiones últimas.” “Amor”, el cuento de Lispector, ilustra la opinión de Laddaga. En este relato, una epifanía aniquila la “existencia estructurada”, la rutina del personaje, revelando una parte del mundo que no conocía, una parte cruel y despiadada. Además, el lenguaje, de carácter poético, ayuda a mantener la atención del lector, permitiéndole cuestionar lo cotidiano y trascendental de la vida, y revelando una realidad mucho más dura.
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1 comentario:
Estoy leyendo, justamente, "A cielo abierto", después de haber leído "Lord", "Harmada" y "Bandoleros". No estoy muy de acuerdo con lo de la improvisación nolliana, pienso que más bien se trata de un gran plan novelístico muy a la manera del hilo narrativo en la totalidad de las novelas de un Beckett: se sabe el origen, se conoce el itinerario, se barrunta el final. La simultaneidad de sitios y acciones es lo que hace que parezca improvisación. Sea cual sea el caso, Noll es una lectura riquísima.
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