Julio Ortega
José Donoso (Chile, 1924-1996) empezó a escribir “La cola de la lagartija” (publicada como Lagartija sin cola) en enero de 1973 en el pueblo aragonés de Calaceite, donde había adquirido una casa antigua. Su hija Pilar descubrió la novela entre los papeles que su padre vendió a la Biblioteca de la Universidad de Princeton. Revisando el manuscrito para su edición, uno concluye que Donoso renunció a terminar la novela. Corrigió unas páginas, se detuvo en el primer capítulo, y dejó el resto en su primera redacción. Sin embargo, ordenó el borrador como libro: lo dividió en partes, pasó el primer capítulo a tercero, y no prohibió su publicación.
Pilar Donoso, que escribe una memoria sobre su padre, me ha dicho que tal vez el golpe de estado contra Salvador Allende interrumpió la novela y otras demandas narrativas se le impusieron, lo cual me parece veraz.
Dos líneas argumentales se alternan en el relato. Una es la historia amorosa de un artista desencantado; otra, su búsqueda de una casa auténticamente antigua en un pueblo perdido de Cataluña. La idea de que un largo amor desigual y mundano culmina finalmente en la amistad es laboriosa y requiere más aliento. Pero la idea de que un pintor renuncia al mercado sólo para descubrir que el lugar ideal ha sido tomado por el turismo, es anticipatoria. Esta novela es una de las primeras sobre la pérdida de España en manos de las hordas del turismo.
Walter Benjamin había adelantado que la subjetividad adquiere las formas de la mercancía. “La cola de la lagartija” es una hipótesis sobre la ausencia de lugar para la subjetividad, ocupada por la sociedad residual. El artista se rebela ante un sistema que lo reproduce como costo agregado. Pero la sociedad del espectáculo toma incluso los márgenes, y por eso los del pueblo no quieren que este artista compre una casa vieja sino la mejor casa, para convertirla en discoteca y atraer al turismo. Quieren pasar directamente de la historia a la basura, gracias al espectáculo. Donoso prefigura el actual desvalor del artista, que empieza por su conversión en figura pública y culmina con su sobre-exposición, lo que satura su mensaje, que damos por leído. El exceso de presencia trae la mayor ausencia: la reproducción cancela el diálogo y deriva en residuo.
Por eso, la visión de una Casa que convoque todos los tiempos vividos en un convivio liberado de la sociedad y sus demandas, se demuestra como melancólica. La Casa está en venta pero no para alguien que busca darle lugar a su vida sino para quienes imponen el tiempo incautado del bienestar, y van ofertando los pueblos, uno a uno. La actualidad de esta novela (irónicamente abandonada) es perturbadora.
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