Gregorio Cervantes Mejía
Alejandro Badillo, Ella sigue dormida, Tierra Adentro/conaculta, México, 2009, 124 p.
Borges refiere que, para los eruditos de Uqbar, “los espejos, como la cópula, son abominables porque multiplican el número de hombres” (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”).
Este terror hacia los espejos reaparece constantemente a lo largo de la obra borgeana: fuente de delirios, temores y equívocos, los espejos trastocan el orden cotidiano a pesar de la aparente familiaridad que guardan con nosotros.
De manera semejante, los relatos contenidos en Ella sigue dormida, de Alejandro Badillo, funcionan como los espejos terribles de Borges: presentan un mundo donde el orden natural ha sido alterado por la coexistencia de planos narrativos diferentes, a través de lo cual se generan situaciones que terminan por desterrar a sus protagonistas de la realidad cotidiana.
Así, un hombre que entra a un hotel con una prostituta puede encontrarse a sí mismo saliendo del mismo sitio después de estar con una mujer diferente. O un rico comerciante árabe soñarse a sí mismo y quedar atrapado dentro del sueño hasta en tanto alguien no lo sueñe.
Ese juego de paralelismos, donde la vigilia y el sueño, la realidad y ficción se encuentran y confunden para crear un orden diferente, es el eje rector de los relatos de Ella sigue dormida, en los cuales la construcción de la atmósfera parece privar sobre la estructura y el sustrato anecdótico.
Vistos con cuidado, los motivos se repiten a cada relato: los personajes de Badillo, por lo regular seres solitarios y de vida apacible, anodina incluso, se descubren a sí mismos duplicados por alguna causa incomprensible. Incapaces de hacer frente a esta situación, e incluso de tomar conciencia de ello, parecen finalmente condenados a asumir su existencia simultánea y escindida.
Es el cuidadoso manejo del lenguaje el que mantienen al lector en una sensación de constante sorpresa y hechizo. Badillo calcula cada frase para lograr, mediante un preciso manejo rítmico, compartir con el lector las percepciones de sus personajes, un poco a la manera de Amparo Dávila, que apuesta muchísimo al efecto hipnótico que un texto puede conseguir a través de una cuidadosa construcción de las frases.
O incluso del mismo Jorge Luis Borges, con quien comparte, como ya se mencionó al comienzo, la concepción del espejo como un instrumento terrible.
El peso otorgado al lenguaje y a los aportes de esto para la construcción de atmósferas también es herencia de Alejandro Meneses (rasgo éste que el mismo Badillo ha hecho explícito en varias ocasiones).
Llama la atención que Badillo sea, a semejanza de los tres autores mencionados, un narrador que parece apostar todo su proyecto literario al cuento, género poco afortunado en el actual mercado literario. Pero además a la modalidad fantástica de éste, en un periodo donde privan las tendencias realistas (al borde de lo testimonial-periodístico) o bien los proyectos experimentales, demasiado radicales e individualistas.
Los relatos de Ella sigue dormida, en este sentido, siguen manteniéndose dentro de una de las líneas clásicas del cuento fantástico, muy cercanos, tanto por las temáticas como por la estructura, a lo conseguido por las figuras canónicas del relato corto latinoamericano.
Es decir, nos encontramos ante un autor ubicado dentro de una tradición y que consigue un trabajo pulcro y eficaz dentro de esos parámetros, pero poco dispuesto, al parecer, para ofrecerle al lector una nueva apuesta narrativa a partir de esta tradición.
No deja, sin embargo, de ser Badillo un narrador que nada contra la corriente, justamente por estos mismos factores: ubicarse dentro de la tradición del cuento fantástico, así como apostar por un lenguaje pulcro y cuidadosamente construido (lejos del tremendismo y el desaliño imperantes en otros contemporáneos suyos).
Aunque con muy buenos resultados, los casos de narrativa fantástica (o más propiamente no-realista) dentro de la literatura hecha en México son escasos comparados con las tendencias realistas y, además, pertenecen en su mayoría al siglo xx: Juan Rulfo, Arreola, Francisco Tario, Amparo Dávila, y en fechas más recientes, Mario González Suárez, por citar algunos.
Alejandro Badillo pertenece a este sector minoritario. Los relatos de Ella sigue dormida ocurren en un universo paralelo al nuestro, pero que mantiene frecuentes y desconcertantes contactos (“López, su otro yo” y “Huellas” muestran la existencia de estos vasos comunicantes). O bien, en un ámbito intermedio entre el sueño y la vigilia, donde ambos estados se entremezclan y producen una realidad alterna que hace recordar aquella flor traída del paraíso de la que han hablado Coleridge y Borges. Así, la realidad se convierte en un estado más de la conciencia, cuyos límites con lo no real son difusos.
La eficacia de los relatos de Ella sigue dormida radica en la fuerte carga emocional con la cual Badillo convierte al entorno es una sustancia espesa que oprime a los personajes, obligándolos a demorar sus acciones, a dar peso a cada uno de sus movimientos: lograr cada paso, cada gesto con la mano o el rostro, es una tarea casi sobrehumana en los relatos de Ella sigue dormida: “Ahora se lleva las manos a las sienes, el doctor le habla pero no puede oírlo. ‘Así no puedo’ resuena en sus oídos impidiendo la entrada de cualquier sonido del exterior. Como tabla de salvación se aferra a los labios gruesos, a la lengua que toca intermitente los dientes a la hora de articular palabras. El doctor, visiblemente molesto, regresa a su silla. Pupi, con la cabeza llena de ecos, ve atemorizado sus manos extendidas, tensas sobre la mesa.”
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