Adriana Kanzepolsky
Una de las fotos que ilustra el artículo de Virgilio Piñera, “Pasado y presente de nuestra cultura”, publicado en enero de 1960 en el suplemento Lunes de Revolución, reproduce la tapa del único número de Ciclón que José Rodríguez Feo editó dentro de la Revolución. El epígrafe sentencia: “Dejó de existir apenas comenzaba 1959, muerta de cansancio.” El epitafio de Piñera parece ser el que conviene a una revista con ese título. Se sabe que un ciclón puede ser devastador pero que no dura años. Sin embargo, en “La neutralidad de los escritores”, el editorial del número cuya tapa Lunes reproduce, Rodríguez Feo, su director, explica: “En el mes de junio de 1957 se suspendió la publicación de esta revista porque en los momentos en que se acrecentaba la lucha contra la tiranía de Batista y moría en las calles de La Habana y en los montes de Oriente nuestra juventud más valerosa, nos pareció una falta de pudor ofrecer a nuestros lectores ‘simple literatura’” (s/n). Estamos ante dos versiones que explican el fin de Ciclón, una que lo atribuye a causas naturales, el cansancio, y, otra, a un sentimiento de vergüenza. Ante la muerte, la literatura, la “simple literatura” (expresión que desde otro paradigma —¿desde otra vergüenza?— Feo entrecomilla) debe llamarse a silencio. A pesar de la diferencia de tono de los comentarios, tanto el de su exdirector, como el de su exsecretario de redacción parecen dejar claro que frente a las nuevas circunstancias políticas Ciclón no tiene nada que decir. Recordemos que Piñera, en el artículo que acabamos de mencionar, afirmaba: “En vista del hecho consumado que es una Revolución triunfante, [el escritor debe preguntarse] ¿tendré que revisar mis ideas?, ¿me dejará libertad de expresión?, ¿estoy preparado para servirla?”
No pretendemos indagar específicamente las causas que llevaron al cierre de esa revista, que en enero de 1955 se había presentado como un “arma secreta” para borrar a Orígenes de un soplo, sino que queremos tratar de delinear el modo en que durante los dos años en que apareció con regularidad se propuso intervenir en el campo intelectual cubano; detenernos en ese periodo en que pretendió librar una guerra contra su antecesora. Si es un lugar común señalar que Ciclón se postuló como la contracara de Orígenes, tal vez sea hora de preguntarnos cuál fue —si la hubo— la singularidad de su propuesta, cuál el vacío que quiso colmar, el corte que quiso producir y a través de qué estrategias pretendió llevar a cabo su intervención, calificada con recelo por José Rodríguez Feo de “simplemente literaria”. Como al parecer el nuevo momento histórico no era propicio para la “simple literatura”, cabría preguntarse también en qué medida las comillas que bordean esta expresión no son una finta de la que el ensayista se vale para tomar distancia, si bien ambiguamente, no sólo de su pasado de director de Ciclón sino también del de director de Orígenes, una publicación a la que en 1960 Virgilio Piñera cataloga como interesada solamente en el “arte por el arte”.
A la hora de pensar en la especificidad de Ciclón, se hace inevitable recordar sintéticamente los lineamientos que rigieron la factura de la publicación codirigida por José Rodríguez Feo y José Lezama Lima. Aunque en su primer número esta revista, surgida en la primavera de 1944 y que dejaría de salir definitivamente en 1956, declara explícitamente y, distanciándose de las vanguardias, que no va a formular un programa, ella es el resultado y la representación de una serie de deseos y atributos colectivos, como también de los individuos que conformaron ese colectivo, a los que se conoce como “los origenistas”. Sus integrantes quisieron hacer de Orígenes una fuerza histórica, desearon que la revista se ofreciese como alternativa frente a la vida de una república corrupta, pretendieron construir, a partir de la poesía que publicaban allí y de la que traducían, una tradición por futuridad y, tal vez por encima de todos los demás anhelos, aspiraron a convertirla en un producto cubano universal. Entre sus atributos, los miembros del grupo hicieron hincapié en el antivanguardismo, al tiempo que destacaron la preocupación con lo nuevo como su signo esencial. Insistieron, desde el primer número, en una fe humanista y en el rechazo al existencialismo. También fue intensa su aversión a la banalización y espectacularización de la cultura, representada en buena medida por las producciones de consumo masivo importadas de los Estados Unidos, así como su defensa de lo verdaderamente original en el arte. Más tímida, aunque no menos firme, fue la adhesión del grupo al catolicismo como, en otro orden, la repulsa que experimentaron ante el arte subordinado a un fin social.
Los objetivos y valores listados en el párrafo anterior son numerosos y, mientras se desarrolló el proyecto, no todos tuvieron el mismo peso o la misma significación. Tampoco Orígenes apostó a ellos simultáneamente y en todos los frentes, privilegiando en algunas zonas de su textualidad unos en detrimento de otros. Creo, sin embargo, que entre los logros de la revista debe señalarse especialmente la constitución de una tradición poética, a la que puede calificarse como un producto cubano universal. Y, si reducimos los alcances de la expresión “fuerza histórica” a un umbral desde el cual la literatura cubana se pensó en el siglo xx para enfrentársele o para darle continuidad, podemos decir también que Orígenes se constituyó en una fuerza histórica y que construyó una tradición por futuridad.
Hecha esta breve recapitulación, volvamos a Ciclón que, como se sabe, se desprende de Orígenes y pretende ser lo que ésta no fue. Al respecto, Antón Arrufat escribe: “Nacimos del antagonismo y de la ruptura. O con mayor exactitud, nacimos de la negación”. En su primer editorial, el belicoso “Borrón y cuenta nueva”, esta publicación se autoproclama partícipe de “las huestes del presente” y en lucha contra “el ejército del pasado”, representado por la revista que Lezama dirige. Pero pese a esta ruidosa declaración de resonancias vanguardistas, el texto no conforma ni ofrece un programa, anuncia solamente que irá contra Orígenes. De esa ausencia de programa se derivan dos consecuencias inmediatas: primero, la estrecha dependencia de la nueva revista con respecto a su antecesora que, de cumplirse la promesa, le deja un campo de acción bastante restricto; en segundo lugar, esa carencia conduce al lector, compartido con o heredado de Orígenes, a la comparación sistemática entre una y otra. Es decir, los términos utilizados para inscribir a Orígenes en el texto inaugural la vuelven imprescindible a la hora de leer y entender Ciclón.
¿Qué presuponía, entonces, borrar a Orígenes, negar a Orígenes, para decirlo con las palabras de Arrufat? Entre otras cosas, trocar el tono grave que la caracterizó y darle lugar a un registro lúdico e irreverente, permitir que la vanguardia, la polémica, el anticlericalismo y el psicoanálisis ingresasen a sus páginas. Cambiar la opción de la primera hacia los poetas católicos por un discurso que mirase de frente y sin ambages la sexualidad, cualquiera que fuera su signo. Negar a Orígenes significaba, ante todo, recusar la propuesta poética del grupo. Un rechazo que alcanza su más alto grado de coherencia y, por qué no, de espectacularidad, no en un texto de un cubano sino en el ensayo de Witold Gombrowicz, “Contra los poetas”, aparecido en el número 5, de setiembre de 1955, en el que el polaco se propone desacralizar el culto a los poetas y el de éstos al Arte. Si recordamos el fuerte vínculo que unía a Virgilio Piñera y Witold Gombrowicz, y la admiración que el cubano sentía por el autor de Ferdydurke desde su primera estadía en Buenos Aires, es factible interpretar ese ensayo como la verdadera declaración de principios de Ciclón y, simultáneamente, como un ataque a los escritores de Orígenes, ya que cada una de sus afirmaciones parece cuestionar un aspecto de lo que Piñera pensaba era la poética origenista: el hermetismo, el artepurismo y un humanismo concebido como un valor incontestable. Mucho mejor articulado que “Borrón y cuenta nueva” porque condensa un ideario estético de larga data y porque el “enemigo” es difuso, un genérico “los poetas”, este texto demarca lo que para Ciclón fue el territorio de lo literario, mientras prefigura las críticas que más tarde Piñera hacía a la generación de Orígenes.
Previsiblemente, ir contra Orígenes implicaba también desplazar del centro de la revista a la poesía y otorgarle este lugar al cuento, un género que la publicación de Lezama ignoró. El lugar relevante que la prosa de ficción ocupó en Ciclón posibilitó la difusión de una generación de escritores que no habían participado en Orígenes y que se convertirían en los colaboradores habituales de ésta. Ahora bien, que la revista de Rodríguez Feo excluyera a los poetas origenistas, a quienes algunas veces reseñó críticamente en la sección “Barómetro”, no significa que haya excluido a la poesía como género. En este sentido, la diferencia más importante entre una y otra estriba en la selección de poesía cubana. Relegados los origenistas, ingresaron poetas que, en muchas ocasiones, se estrenaron en sus páginas. Más complejo es el movimiento que llevan a cabo en relación a la publicación de poetas extranjeros. No rompen con Orígenes sino que producen una suerte de desplazamiento que, en ocasiones, apunta hacia una propuesta más contemporánea. Insisten en la publicación de poesía española, centrándose ahora en los poetas de la generación del 27 y no en Juan Ramón Jiménez, quien comparte el destierro origenista. Vuelven sobre la misma zona de poetas hispanoamericanos pero aumentan las colaboraciones argentinas en desmedro de las mexicanas. Es importante señalar, en este aspecto, que que Ciclón recoge los frutos del trabajo que diez años antes el propio Piñera había empezado en Buenos Aires, lo que se traduce, para dar sólo un ejemplo, en dos colaboraciones de Borges trabajosamente obtenidas. Tal vez la diferencia más notable radique en la desaparición de la poesía norteamericana, cuya traducción y consecución en Orígenes había estado a cargo de Rodríguez Feo y, en la publicación de poetas italianos, una vieja ambición de este ensayista nunca atendida por Lezama.
Dijimos que ir contra Orígenes presuponía imprimirle a la revista un registro lúdico: de un modo evidente, Ciclón consigue a través de la publicación de los textos de ficción de Piñera y de algunos escritores patafísicos como Julien Torma, de quien publican “Euforimos” o, Alfred Jarry, de quien aparece “Especulaciones” o, incluso, con la publicación de “Historias de cronopios y de famas”, de Julio Cortázar, para mencionar sólo algunos. El carácter polémico es ya permanente e impulsa la publicación de textos que cuestionan la moral católica como “Las llaves de san Pedro”, de Roger Peyrefitte, o atacan la moral burguesa, como los tan promovidos fragmentos de las 120 jornadas del Marqués de Sade o las reevaluaciones sobre Wilde, Whitman y Ballagas, que tienen por centro la homosexualidad de sus autores. Pero la polémica también atraviesa un texto como “Nota de un mal lector”, de Jorge Luis Borges, escrito especialmente para el homenaje a Ortega y Gasset, publicado en enero de 1956, como también muchas de las notas y reseñas críticas que aparecieron en la sección “Barómetro”, tal vez el espacio más rico para leer la posición de Ciclón ante la literatura y cultura cubanas, y su lugar dentro de este campo intelectual.
Personalmente, considero un ejercicio de singularización menos obvio y más interesante que los mencionados el número dedicado al centenario del nacimiento de Freud (número 6 de 1956), en el que se destacan junto al bellísimo poema de Auden, el sutil ensayo de Maurice Blanchot y el atractivo texto de Virgilio Piñera “Freud y Freud”. En éste, desde una perspectiva futura, recupera al creador del psicoanálisis no por la validez de su teoría, a la que por otro lado considera rigurosa, sino por su carácter de creador de una fábula interpretativa que conduce al lector a otros sueños, a otras inquietudes. Virgilio repite con Freud, con la lectura de un fragmento de La interpretación de los sueños, el mismo movimiento que había realizado algunos años antes para develar “El secreto de Kafka” en el número 8 de Orígenes. A partir de la transcripción fragmentaria del análisis de un sueño, el cubano afirma: “Y aquí no hace al caso que Freud tenga o no razón, que su interpretación sea o no sea la verdadera y única. Lo que importa es que la estatua por él modelada resulta más inquietante, extraña y misteriosa que el modelo, que la misma nos sume en vericuetos de un doble sueño y que fatalmente nos llevará a otros sueños, a otras inquietudes, a otros misterios”. Que el breve texto no apueste a la polémica ni a la confrontación, contribuye con eficacia a validar su hipótesis, la de interpretar a Freud desde una perspectiva literaria, donde su valor no reside en la cura por la palabra sino en la potencia de esta palabra; es decir, en su poder para actuar sobre la imaginación, ya no de un paciente sino de un lector.
Pensamos que la continuidad y la discontinuidad entre ambas revistas, que hemos observado hasta el momento, hablan más de una torsión que de una ruptura. Es hora, entonces, de que analicemos cómo se posicionó Ciclón ante dos de las opciones que fueron nodales para Orígenes: el cosmopolitismo y la concepción de la literatura como una práctica autónoma. De la primera, podemos afirmar que Ciclón no sólo no la niega sino que hace de ella uno de sus pilares, postulándose, en este sentido, como una prolongación de Orígenes. Dos testimonios de Rodríguez Feo, publicados en la década del noventa, son claros al respecto. En Tiempo de Ciclón de Roberto Pérez León dice: “Desde el primer momento, como me comunicó Virgilio Piñera, la revista tuvo una entusiasta acogida en Buenos Aires (...). Además, recibió el elogio de figuras como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Ernesto Sabato, José Bianco, Miguel Ángel Asturias y otros, que después enviaron sus textos.” Y concluye: “El gran prestigo que Ciclón obtuvo de inmediato se debió a las colaboraciones que él [Piñera] envió desde Buenos Aires.” Unos años antes, y en el marco de un congreso sobre revistas latinoamericanas realizado en Francia, había afirmado: “[Orígenes] era una revista con una producción más bien universal, una revista que se conocía bien, con gran difusión en Madrid, en Londres, en Buenos Aires, etc., pero que en Cuba no tenía gran resonancia. Ciclón fue igual: una revista con gran aceptación fuera.”
El segundo aspecto nos retrotrae a las comillas que bordeaban la expresion de Rodríguez Feo, “simple literatura”, que ahora quizás podemos entender como “nada más que literatura” o como “la literatura en primer lugar”, una elección que posiblemente le impidió continuar saliendo en la década del sesenta. Voy a circunscirbirme brevemente a tres textos. El primero es “Borges y sus detractores”, de Salvador María Lozada, aparecido en el número 5 de septiembre de 1955, el mismo ejemplar en el que figura “Contra los poetas”. Los otros dos son los editoriales “Cultura y moral”, publicado en el número siguiente, y “Duelo en España”, editado en el número 1 de enero de 1956. Si bien disímiles, estos tres textos muestan nítidamente cómo Ciclón entendió el compromiso de la literatura y cuál creyó que debía ser su intervención en la coyuntura.
1° Que “fondo y forma son difícilmente escindibles y que la excelencia del decir es en alguna medida excelencia de lo dicho” es el argumento capital de Lozada a la hora de defender a Borges de quienes lo acusan, cuando menos, de ser un literato sin literatura. Rescato este pequeño texto sobre el escritor argentino porque simultáneamente tiene un carácter radial y central en Ciclón. Radial, porque se publica en el espacio destinado a los textos de la sección “Barómetro” y porque es la única colaboración de Lozada; central, por el reconocimiento y prestigio que la literatura borgeana gozaba entre los miembros de la revista. Entonces, con la publicación de “Borges y sus detractores”, Ciclón deja que en la precariedad de una colaboración ocasional sobre un escritor al que admiraba pero que era un extranjero se diga el privilegio de la forma.
2° Firmado por El Director, “Cultura y moral” surge como una respuesta a la creación del Instituto Nacional de Cultura; y si es el texto donde de modo más explícito Rodríguez Feo se posiciona contra el proyecto político y cultural del batistato, también es aquél en el que más se acerca a Orígenes. El editorial gira en torno al lugar de paria que el artista ocupa en Cuba, un lugar reforzado y fomentado por el Estado, cuando al asumir el rango de protector de la cultura pone al frente de la institución a periodistas de segunda categoría, en lugar de a intelectuales de reconocida trayectoria. “Puro entretenimiento”, repite Rodríguez Feo, cada vez que enumera uno de las proyectos “culturales” del Instituto, ya se trate de “algunas becas para cubrir formas”, de bibliotecas circulantes para un campo lleno de analfabetos o de funciones de cine para un público entontecido por la televisión.
Pese a que ha sido destacada por los críticos cubanos por su “abierto enfrentamiento a la cultura oficial”, la denuncia de la política del instituto no ofrece mayores sorpresas. En contrapartida, es altamente sugestiva la imagen que de la cultura no oficial Rodríguez Feo traza en su texto, a medida que la acusación se desarrolla. Diseñada como reverso de la del instituto, la cultura no oficial aparece organizada sobre dos creencias, la de la existencia de una alta cultura sostenida por una “minoría creadora”, enfrentada a “la falsa cultura de las mayorías infecundas” y la que sostiene “que los valores culturales de una nación no tienen una moral definida oficialmente —ni cristiana, ni revolucionaria, ni ortodoxa—.” Dos creencias que, en buena medida, habían impulsado y regido años antes el proyecto de Orígenes, fundamentado en la concepción de que el artista independiente constituía una reserva moral.
3° “Duelo en España”, escrito a pedido de “un distinguido hombre de letras”, es una protesta por el cierre de la revista Índice. Se trata de un texto de circunstancia en el que el director se solidariza con los intelectuales peninsulares, víctimas del franquismo y de una España sometida al Opus Dei. En la ligereza de esta corta nota, Rodríguez Feo sostiene que Índice e Ínsula eran “revistas literarias en el sentido más puro, y en las que jamás se mezcló la nota política”. Un comentario que, si peca de ingenuo, inclusive de liviano, refuerza la apuesta en la primacía de lo literario.
Tal vez la lectura fragmentaria de estos tres textos ponga en entredicho algunos de los motivos que en el cuadragésimo aniversario de Ciclón Antón Arrufat enumeró para explicar su cierre. Escribe Arrufat: “Fue el último gran ejemplo de una revista literaria, apegada a un equipo de artistas, que comenzó en Cuba en el siglo XIX, y terminó confluyendo en Lunes de Revolución, después del año ´59. Revistas de minorías, hechas pensando en las mayorías, pero que éstas no leyeron ni podían leer. La tirada de Lunes alcanzó quinientos mil ejemplares, y Ciclón no rebasó los quinientos.” (“Barómetro de Ciclón”, Unión, núm. 25, oct.-dic., 1996).
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