Yussel Dardón
José Mariano Leyva, El complejo Fitzgerald, Tierra Adentro/Conaculta, México, 2009, 303 p.
TRACK ONE: IN THE TIME OF CHIMPANZEES I WAS A MONKEY (BECK)
En la película True Romance, escrita por el entonces desconocido Quentin Tarantino y dirigida por Tony Scott, el personaje principal del filme, Clarence, comienza su participación bebiendo una cerveza y hablando con el cantinero. En la conversación, Clarence muestra su admiración por Elvis Presley y apunta: “como dijo el Rey, más vale morir joven y dejar un cadáver bello”. Nadie mejor para poner de manifiesto la imagen del rockstar decadente pero adueñado de la opulencia del talento. La idea del “cadáver bello y joven” rompe con la efigie con la que recordamos a Elvis: la del gordo ebrio, drogado, cargado de joyas y toallas empapadas en sudor[1], pero recordemos que la asociación inmediata del éxito y la fama con la belleza siempre pasa por la autodestrucción. En la literatura, la imagen del rockstar se presenta como aquel escritor que obtiene “éxito” a temprana edad y para el que sus obras subsecuentes se transforman en la comprobación de su “eficacia” como creador; escritores que apuestan por la irreverencia en su estilo, en sus temas y en el alcance de los mismos.
El mundo acelerado, la fragmentación de los discursos, la masificación de las representaciones artísticas y la hipermodernidad, han propiciado que los creadores recurran, en ocasiones, a la inmediatez de su obra o que lleguen a la prontitud del reconocimiento como fenómeno de aparente sorpresa. Si bien las polaroids de un Kafka reconocido tras su muerte, de un Robert Walser olvidado o de Gombrowicz alejado del estatus literario que predominaba en Argentina, por mencionar algunos outsiders de la literatura, nos parecen ideales, existe también la visión del escritor joven que goza, quizá por lo mediático de sus propuestas o lo revelador de ellas, de un reconocimiento y mayor impulso en el mundo literario de la actualidad.
TRACK TWO: EVERYBODY’S TALKING ’BOUT THE STORMY WEATHER (SONIC YOUTH)
José Maryano Leyva (Cuernavaca, 1975) ofrece un libro que analiza el fenómeno del escritor joven que termina siendo decisivo para la literatura y la cultura. El complejo Fitzgerald muestra, por medio de un análisis cultural, cómo van desarrollándose los temas que han inquietado a un grupo de escritores contemporáneos que llegan a mostrarse en el mundo como artífices de una estética acorde a los tiempos vividos. Rimbaud pedía que el artista fuera absolutamente moderno, y creo que en gran medida los casos que presenta Leyva corresponden a esa visión.
Bret Easton Ellis, Irvine Welsh, Douglas Coupland, Chuck Palahniuk, Fréderic Beigbeder y Elizabeth Wurtzel, son autores que ejemplifican el fenómeno de la “escritura de éxito contemporáneo”, sin que esto indique un necesario abandono de calidad, escritores que se han vuelto fundamentales para organizar la geografía de la literatura actual, pues su influencia es más que visible. El asunto interesante, y que analiza Leyva en El complejo Fitzgerald, es ver cómo estos autores han generado mecanismos influyentes a la vez que son permeables a los mecanismos sociales descaradamente modernos. Apostando por la violencia o la contemplación, la nostalgia o el activismo a contracorriente, estos autores muestran la cara de una sociedad que ha venido gestándose desde el fracaso de la modernidad.[2]
El amor o la nostalgia, el exceso de información, la violencia como panacea de la salvación alienante y el nihilismo son los temas que José Mariano Leyva analiza a través de la figura de estos escritores-personajes. Desde las propuestas literarias, la realidad va estructurándose como una creación simbólica que puede analizarce a partir de la oposición totalizadora y el ejercicio del individualismo creativo. Así, Leyva habla de escritores que “Odian la repetición pero no buscan un cambio. No son activistas sino creadores (…) reordenan lo ya visto. Autores que con una novela o un cuento, difunden su desconfianza. Si lo hacen con tino, la reflexión artística arroja invectivas que dan en el blanco. El arte como eterno enemigo de cualquier sociedad totalitaria. De cualquier ideología que desee ordenarle a la conciencia lo que debe de hacer.”
Los personajes de Palahniuk, Ellis, Coupland o Welsh responden al arquetipo del sujeto inmiscuido en un entorno de deseo inestable o, en palabras de Carls Feixa, que “no pertenecen a estructuras compactas, sino referentes simbólicos que identifican vagamente a los agentes sociales en coordenadas temporales parecidas”. Tyler Durden, por ejemplo, un héroe para toda una generación de inconformes, presenta la rabia sistémica hacia el canon corporativo. Patrick Bateman es un desencantado de la vida que no se adecua a una propuesta de copyright. Dag, Andy y Claire son un grupo apático encausados en una filosofía de la no expectativa. Renton, un joven estancado que busca la respuesta en el éxtasis y que rehúye la adaptación social.
TRACK THREE: LOAD UP ON GUNS AND BRING YOUR FRIENDS (NIRVANA)
El complejo Fitzgerald es un libro escrito con el análisis preciso de los fenómenos literarios que nos rodean en la actualidad. Su preocupación por el estigma del escritor joven que alcanza la fama a temprana edad resulta acertada si observamos el ejercicio literario que se publica en revistas o en medios electrónicos, el desenfreno con el que aparecen editoriales “independientes” que buscan publicar “jóvenes autores”. Si bien es cierto que la demanda literaria en un país donde leer es un lujo temporal crece en medida de la expresión, también es cierto que existen ataduras que impiden que la literatura en nuestro país se desarrolle. Propuestas nacionales o localistas han paralizado la búsqueda por una voz propia. Leyva lo expone con lucidez en el apartado dedicado a la atadura literaria que se presenta como una régimen de mando que se establece por los localismos ramplones. “Como si no pudiéramos deshacernos de las obsesiones que elaboran un imaginario nacionalista, en México se ha producido mucha literatura del mito local. De lo folclórico. El resto del mundo suele verla como un paseo turístico, guía incluido, por nuestra supuesta realidad. De pronto, el cansancio juvenil, la afición a los excesos o al nihilismo se vuelven fenómenos exclusivos de otros países. Mientras tanto, en México se da preferencia a los argumentos de pueblos chicos, familias grandes, realismo mágico, novelas políticas y ranchos alegres.” Quizá por esto los academicistas de las letras, no sólo los que enseñan sino los que escriben, se ofenden cuando se dice que Juan Rulfo, el escritor “más nuestro, más mexicano”, es también nuestro escritor “más norteamericano”. Al respecto, Leyva nos dice que “el marketing del nopal tiene predilección por temas que suenen forzadamente mexicanos, o peor aún, que suenen a una imagen idílica y maniquea de un México que permita vender”.
TRACK FOUR: WITH YOUR FEET IN THE AIR AND YOUR HEAD ON THE GROUND (PIXIES)
José Mariano Leyva nos dice que su propósito no es polemizar sobre la validez o la invalidez (física o social) de la literatura, sino mostrar “una narrativa que desee expugnar el entorno”, y por eso pide “no suspenderse con fórmulas probadas: arriesgarse desde una inquietud más o menos honesta”.[3]
El complejo Fitzgerald es ya un libro fundamental, una propuesta de un autor interesado en las contrapropuestas literarias. El trabajo de Leyva como ensayista es serio, siempre en busca de sacar a flote el trabajo de quienes, interesados en la creación se amparan del tedio o la desesperación para edificar una postura que se proyecta de lo particular a lo general.
Alguna vez Francis Scott Fitzgerald dijo que existe “una generación nueva, que se dedica más que la última a temer a la pobreza y a adorar el éxito; crece para encontrar muertos a todos los dioses, tiene hechas todas las guerras y debilitadas todas las creencias del hombre”. Estoy de acuerdo con él.
[1] Basta traer a la memoria el último concierto de Elvis Presley, celebrado el 26 de junio de 1977 en el Market Square Arena, en Indianápolis, donde el Rey interpreta de manera magistral la canción “My way” con la actitud de quien entona, adolorido y soberbio, “Pero sigo siendo el Rey”.
[2] Lo que Walter Benjamin llama “esteticismo de la vida política”, que apunta a la sobrerrepresentación de las sobreactitudes de una cultura.
[3] La petición de Leyva encuentra el marco perfecto en las palabras de Guillermo Fadanelli: “Los poeta, los escritores y los pintores continúan produciendo religiosamente signos que se aferran a una tradición cada día más difusa. Héroes de la modernidad, nos ofrecen sus obras como si nada hubiera pasado, como si Diego Rivera pintara aún murales en la Secretaría de Educación pública y André Bretón se divirtiera todavía con sus bravatas surrealistas, como si la poesía en realidad pudiera decir algo en este fin de siglo, dueña de un aura trascendental o alguna exquisitez metafísica que la aleja de la prosa común. Estos héroes ingenuos son los que conforman esa cultura que produce los mismo efectos somníferos que un trago de Orange Crush al tiempo.”
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