lunes, 6 de octubre de 2008

Azul endriago

Eduardo Lizalde

Allá está el mar, que luce su
imponente nombre azul,
jadeando siempre como si se ahogara
en su propio caudal embravecido;
bramando ferozmente como líquida
quimera
encarcelada por los roquedales y
las urbes costeras.
¿Quieres inundarlo todo, quieres destruir
la morada
de todos los terrestres?
¿Cubrir los territorios que fueron suyos
durante milenios?

No es pequeño enemigo el viejo azul.
Es neurótica fiera de cuidado,
y odia a las criaturas que no habitan
su reino.
A ciertas horas plácido acaricia y lame
las frágiles arenas —
como una dócil ballena transparente
que protege a sus crías,
pero luego se enturbia, frunce el ceño nervudo
y montañoso de sus crestas más altas,
se enfurece, encabrita desmelena
escupe espuma de color esmeralda.
Quiere destruirnos para recobrar los
territorios
que ocupan hoy los continentes
y llevar a su averno legendario
nuestros huesos.

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