jueves, 10 de junio de 2010

Ver y no ver lo fantástico



Fernando de León

Alberto Chimal, La ciudad imaginada y otras historias, Libros Magenta, México, 2009, 88 p.

Es inquietante la relación que los argumen­tos fantásticos tienen con la vista: lo mara­villoso, lo grotesco y lo increíble pa­san casi siempre por la vista, pero atra­viesan, van más allá de este sentido y se hospedan en alguna abstracta habitación de nuestra in­trincada memoria. La pala­bra imaginación alude primordialmente a imágenes, pero no es la vista la que rige lo fantástico; por el contrario: la vista, co­mo los demás sentidos, sucumben ante lo que tachamos de ficticio y de súbito se nos presenta. El nuevo libro de cuentos de Alberto Chimal, La ciudad imaginada y otras historias, aporta luces al esclareci­miento de esta oscura relación.
Por principio, y sin pasar por alto que el libro La ciudad imaginada y otras historias ha sido publicado como parte de una colec­ción del sello editorial Libros Ma­genta, in­titulada Narradores de la Ciudad, estamos ante un volumen de cuentos que invoca a la ciudad de una manera muy personal. La ciu­dad es aludida en distintas gradaciones. Nun­ca es una ciudad en particular y siempre es un sitio en el que suceden cosas fantásticas; nunca es un me­ro escenario y siempre es un personaje ineludible: puede ser La Ciu­dad Prohi­bida, una estación lunar o la ra­diografía urbana de nuestras más cotidianas rutinas. Una ciudad así es un sitio mental, algo más que un lugar: es un momento, pero no cualquier momento sino el instante de la creación en el cual todavía es posible des­articular lo creado.
La informática nos ha obsequiado, entre muchas otras perspectivas, una forma de con­cebir la realidad por capas superpuestas. La no lejana idea de las dimensiones está pre­sente, pero Alberto Chimal, en ese primer cuento que da parcialmente nombre al vo­lumen, nos pide y nos ayu­da a pensar en la ciudad como una serie de superposiciones sobre un todo tridimen­sional que es la rea­lidad. Entonces es posible no ver lo que comúnmente entendemos por ciudad, pero que sólo es su exoesqueleto, y dejar en evi­dencia la carne que somos sus habitantes, conservando todavía el ya invisible orden del concreto. Esta imagen fantástica no es gratuita: sirve al cuento para demostrar algo que no debemos olvidar, cuyo descubri­mien­to reservo al lector, y sirve al libro pues en esa deconstrucción surge lo que Cortázar llamó “el sentimiento de lo fantástico”: la sensación de que algo irreal, pero igual de importante para nosotros como lo real, irrum­pe en nuestra percepción del mundo. Es de­cir: para ver lo fantástico tene­mos que dejar de ver lo ordinario.
Ver y no ver son, en este libro de cuen­tos, los detonadores de lo fantástico: el barco que surca un mar diminuto en una peque­ña mesa que sólo puede ver la niña Raquel, en el cuento “Mesa con mar”, podría ser un delirio si no fuera porque el mínimo mari­nero, que timonea la embarcación, ve a la niña agigantada y la desdeña como cualquier adulto. Los fragmentos que componen el tex­to “Siete de sirenas” son enfoques sobre un ser imaginario que debió o debería dejarse ver. Otros cuentos de La ciudad imaginada dan la impresión de ser ventanas abiertas a historias cuya complejidad no vemos total­mente y apenas advertimos, como en “De la arquitec­tura lunar” o “Variación sobre un tema de Coleridge”. En el estupendo cuento “Mo­go”, el acto de ver y no ver se complica y perfecciona, pues para su pro­tagonista no ver también significa no ser visto y en ese umbral fantástico de oscuri­dad se le abre una puerta a otra realidad más hostil en la que es muy fácil perderse. Lo fantástico maravilla por ser único, pero también horroriza por ser irreversible.
Finalmente, en el cuento “La partida“, una madre que no acepta dejar de ver a su hijo recién muerto, atrae sobre ellos una maldición terrible: la de la persistencia en el mundo. Chimal lleva un paso más lejos la idea que plantea Poe en “El extraño ca­so del señor Valdemar” en este breve y sinies­tro cuento.
Precisamente es la palabra “siniestro” la que define la naturaleza fantástica de este libro. Para Freud lo siniestro era aque­llo que no logramos ver en lo que nos re­sulta fami­liar y sin embargo está ahí. Cada uno de es­tos cuentos esconde algo sinies­tro y esta suerte de elegante maldición convierte a su autor en un notable here­dero del cuento mo­derno tal como Chejov lo inaugura. Mucho se ha dicho de que el cuento desempeña con tensión impresionante dos historias, una que es visible y otra que es oculta y, como tal, si­niestra: mediante lo visible llegamos a lo in­visible. Chimal no sólo ejecuta con delicia esa elemental regla, sino que suele dotarla de un aire clásico, antiquísimo: cuentos que pode­mos leer como radiantes minificcio­nes en las que lo fantástico aterriza en proble­máticas cotidianas, tal es el caso de “Génesis 1:4” y “El equipo celeste“. Cuentos en los que, por el contrario, la cotidia­nidad es la que pro­pulsa disertaciones fantásticas, como sucede en “La Balan­za”, donde el lector encontra­rá un pano­rama rico en paradojas narrativas y juegos sutiles: un fragmento que es en sí la tota­lidad, un texto antiguo que aca­ba de ser escrito, en el que pareciera haber una pa­rá­bola y una enseñanza pero lo que hay, en realidad, es una ilusión y una espe­ranza.
En más de una ocasión Alberto Chi­mal ha manifestado su interés por que en cada uno de sus libros de cuentos los textos que lo compongan consigan una suer­te de diálo­go entre ellos. Ese diálogo entre cuentos no sólo sucede en este nuevo li­bro de una ma­nera inteligente; sus cuentos hablan con los cuentos de sus libros anteriores, especial­mente con Éstos son los días (2004) y con los cuentos sueltos de Horacio Kustos que circulan ora como plaquetas, ora como argu­mentos para có­mic. A saber: el hombre que recibe la lla­mada de su doble en el reciente cuento “Variación sobre un tema de Cole­ridge” es acaso el mismo escritor acosado por sus creaturas no escritas en el cuento “Los personajes” de Éstos son los días, pues el humor y la ironía son de la misma pluma; o bien las arquitecturas fantásticas que ci­mientan este nuevo libro tienen correspon­dencia estrecha con las imaginadas por su personaje recurrente: Kustos.
No exagero al afirmar que, con La ciudad imaginada y otras historias, Alberto Chimal agrega una pieza fundamental a su obra cuen­tística que, reunida, perte­nece ya a una es­tirpe incomparable en la que se encuentran libros unidos por el extrañamiento y por la belleza como Las ciu­dades invisibles de Italo Calvino, His­torias de Cronopios y de Famas de Julio Cor­tázar, o Confabulario de Juan José Arreo­la. Así de entrañable y perturbador. Lo que Alberto Chimal está construyendo es una ciudad que después de haberla visitado nos acompañará siempre en dondequiera que estemos.

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