lunes, 14 de junio de 2010

Lectura íntima de Gabriel García Márquez



Marco Tulio Aguilera Garramuño
(Fragmento)

Gerald Martin, Gabriel García Márquez: una vida, Debate, España, 2009, 768 p.

Hay cuatro certezas que el libro de Gerald Martin ha contribuido a reafirmar en mí: que Dios, si existe, debe ser mujer; que sólo los gran­des mentirosos pueden ser bue­nos novelis­tas; que lo único que pue­de salvar al hombre de la miseria meta­fí­sica es la imaginación y que el gran arte sólo es posible en los países azotados por la des­ventura. Al presentar la biografía de Ga­briel García Márquez en Bo­gotá, Gon­zalo Mallarino, uno de los primeros amigos que Gabo tuvo en Bogotá, dijo que la vida de este autor es una mentira fantástica y ma­ravillosa.
Efectivamente, desde que comencé a leer la novela de Martin no pude parar: llevaba el gordo libro a mi estudio de arriba y mi es­tudio de abajo, al baño, el jar­dín, el come­dor y la cocina, lo llevé al hotel en Lechugui­llas donde pasé con mi fami­lia unos días espléndidos… Fue tanta la obsesión por ese libro que cuando le pregunté a mi esposa, “¿Te leo?”, ella respondió: “Ya deja esa ma­nía, parece que estás enamorado de GM.” Ciertamente, lo asumo: si ha habido una ob­sesión notable y hasta censurable en mi exis­tencia es GM, su obra y su vida, tanto así que leí Cien años de soledad de principio a fin acostado en una pensión de Cali y que mi primera novela fue acusada con justa ra­zón de tener una fuerte influencia de las ar­timañas del rey de Aracataca y se llegó a hablar de plagio —cosa que el mismo GM desmintió públicamente (yo le había regala­do mi primera novela con una dedicatoria que decía así: “Para Gabriel García, a quien pienso matar… literariamente”: año 1976, local de la revista Alternativa, Bogotá).
La de Martin es una biografía chismosa, como deben ser las biografías (no es una tí­pica y aburrida biografía inglesa, sino una biografía muy caribeña, de negra con bal­cón): no sólo está basada en he­chos comprobables sino en versiones y chismes de los testigos de esta vida que ya es tan pública que en realidad uno pa­rece estar leyendo algo que ya sabía, co­mo sabe las noticias de las estrellas de la farándula…lo que es pa­radójico, pues GM se ostenta tímido cuando en realidad es desparpajado, absolutamente seguro de sí mismo, fanfarrón, petulante, lo que no se le perdonaba en sus primeros años y ahora, que es más famoso que el pa­pa y la Coca-Cola, se le celebra. Entonces tenía razón: aquel tipo de baja estatura, de­sa­liñado, flaco, vestido de colorines, bigo­tón, que se atrevió a desafiar el protocolo de los reyes de Suecia, en verdad iba a ser lo que prometió desde chiquito: el mejor escritor del mundo. Gabo nació famoso y morirá famoso. Ése parece ser su destino, no sé si aciago o venturoso. Tomás Eloy Martínez registró esta frase que le escuchó a GGM: “Yo era famoso ya cuando me re­cibí de bachiller en el co­legio de Zipaquirá, o antes todavía, en Barranquilla. Fui famo­so siempre, desde que nací. Pasa que yo era el único que lo sabía.”
Martin es un biógrafo crédulo o fingida­mente crédulo, pero inteligente, lo que lo hace de él y de su personaje tan atractivos como los personajes de Faulkner. Eso de pensar que la mamá Grande es en el fondo una crítica a una Colombia incapaz de cam­biar , “una furiosa reacción de García Már­quez ante la situación nacional”, es bastante divertido pero incorrecto des­de el punto de vista epistemológico: la esencia de este re­lato es una bella retórica, palabras, encanto, cuento de hadas: GM ha explotado la realidad para crear una fábula, lo que es coherente con su vida. García Márquez nun­ca ha querido dictarnos cátedra: lo suyo es contarnos cuentos que nos ayuden a conciliar el sueño. GM no ha querido explicar el mun­do sino explotarlo para alegrarnos la vida con sus fábulas y embelecos. Esto lo dije hace muchos años y lo sostengo: GM es un escritor de cuentos de hadas. (Esta idea la expresa Gerald Martin hacia el final de su libro: no sé si porque llegó a la misma con­clusión que yo expresé en un artículo en 1983 o porque leyó mi texto y se apro­pió de mi concepto.)
Hasta llegar a la página 311, en la nota de pie de página, me enteré de que Martin no había incluido mi nombre en sus agrade­cimientos en el prólogo para llenar páginas, sino porque en verdad tuvo una entrevis­ta conmigo. En efecto, en 1993 estuve en la Universidad de Pittsburgh, donde dicté una conferencia sobre un tema diametral­mente opuesto al que había ofrecido. En esos tiempos Martin era profesor en esa universidad y yo un escritor que tenía éxi­to entre dos o tres académicos norteame­ricanos desorientados. El caso es que mi memoria no re­gistraba ese encuentro. Sólo cuando leí la nota de pie de página comprendí por qué su cara de inglés agringado me era tan familiar
Inevitablemente me veo metido en este mundo de GGM cuando me encuentro en el libro con el nombre de Germán Vargas, uno de los siete sabios de Cien años de soledad (a quien conocí cuando fui jurado del concur­so Jorge Isaacs de Novela en Cali y quien me explicó que lo que yo estaba usando co­mo cenicero ante las señoras organizadoras del concurso no era tal, sino un recipiente para mariscos. Germán Vargas fue el pri­mero en recibir el manuscrito completo de Cien años años de soledad y el primer pe­riodista en escribir en Colombia sobre mi primera novela, Breve historia de todas las cosas). Cómo no sentirme aludido por el li­bro de Martin si me encuentro con el nom­bre de José Donoso (miembro del jurado del mis­mo concurso, quien me habló con supe­rioridad de Gabo, me reveló sus íntimos gustos por los mozalbetes (gustos de José, no de GGM, que sin duda debe preferir las mozalbetas, a juzgar por la cándida Erén­dira, América Vicuña, las putas tristes y otras infantas de buen ver) y me reprochó (Do­noso) mis aires de donjuán (no olvido que a Donoso le subió la presión en una multi­tudinaria rueda de prensa y se atrevió a iro­nizar diciendo: “Parece que voy a cumplir mi sueño de morir ante veinte cámaras de televisión y frente a un público ferviente”). Me encuentro en el libro con Carmen Bal­cells, quien me ha representado tres veces y en las tres he­mos terminado separándo­nos, más por mi ansiedad de ver mis libros publicados que por su voluntad (lo que me parece providencial: si Balcells me hubiera seguido re­presentando no dudo que habría escrito mucho menos y de menor calidad y ahora, a mis 61 años, en lugar de ser un sa­no deportista sería un anciano cacreco con todos los reumatismos y resabios del mundo).
Martin llama la atención en el libro so­bre el vuelco de la actitud de GGM ante la fama: en la primera etapa de su vida, antes de la eclosión de Cien años de soledad, la buscó casi con desesperación; una vez que la alcanzó, huyó de ella al punto de no acep­tar entrevistas. Esto es lo que mi mujer llama “el síndrome de la minifalda”. Las mujeres se la ponen y sin embargo se mo­lestan porque les miran las piernas.
El libro es despiadadamente indiscreto: denuncia que GGM es una especie de gara­ñón y que Mercedes es permisiva hasta el extremo; que GGM y su esposa abandona­ban muchas veces a sus hijos para dedicarse a viajar y a vivir los deleites de la gloria; mues­tra a un GGM tan obsecuen­te ante el poder, que se pasa meses ente­ros esperando una palabra de Fidel; afirma que GGM ha sola­pado a los presiden­tes de México incluso en asuntos tan graves como la matanza de Tla­telolco y que tie­ne una particular inclinación a codearse con los poderosos de la Tierra. Y sin embargo, más que juzgarlo o conde­narlo, Martin simpatiza con su actitud. Hay con frecuencia alusiones al carácter mesti­zo de GGM, como si esto fuera un defecto. Hay una ligerísima veta de racismo en el libro de Martin que es difícil soslayar.
No es estrictamente una biografía. Va más allá: entra en cada libro de GGM no sólo buscando los orígenes vivenciales de las anéc­dotas sino tratando de entender sus motiva­ciones políticas, su estructura, su relación con las obras anteriores, mostrando con ello que la obra biográfica es el resultado de una vida entera de dedicación a un tema y no simplemente un trabajo académico que per­sigue prestigio efímero. Simpatiza con su biografiado, al punto de justificar, en aras del arte, algunas zonas oscuras: saca a la luz asuntos que sin duda molestarán a GGM y a Mercedes, como es el del aborto que su­frió Tachia —mujer de Gabo en Europa—, motivado en cierta forma por la irresponsa­bilidad de GGM; por una parte muestra a una Mercedes poco interesada en asuntos intelectuales y más adicta a las compras y las banalidades y, por otra, la muestra como una matrona de mano férrea, una adminis­tradora eficiente y una auténtica madre telú­rica tanto para su marido como para sus hijos.
Martin hizo con GM lo que ningún autor —a excepción de GM, supongo— quiere que sus biógrafos y críticos hagan: a partir de sus libros, sus declaraciones y estudios de otros académicos y periodistas, descubrió las más ocultas debilidades del autor: la fo­bia a su padre, su debilidad por las mujeres, particularmente las demasiado jóvenes, su sentimiento de su­perioridad (petulancia, arro­gancia… repiten una y otra vez sus fuentes), su timidez, su desfachatez y su ansia desca­rada de fama —en la primera etapa, cuando era pobre y sometía a su familia a los rigores de una vida de artista y bohemio—, su de­pendencia casi infantil de mujeres que han ejercido sobre él autoridad soberana (su madre Tranquilina, Carmen Balcells, su re­presentante; también Tachia y Mercedes Barcha —esposa, sargenta, autoridad ejecu­tiva, mujer de poder… sin embargo con­descendiente y dispuesta a sobrellevar todo para mantener viva la llama del artista e in­tegrada a la familia—). Martin pinta en GGM un carácter infantil, caprichoso, obstinado, dispuesto a salirse siempre con la suya —ras­go éste muy notable que GGM quiso ha­cer notar en Vivir para contarla, primer tomo au­tobiográfico en el que Gabito niño es el pro­tegido de todo el mundo, el ungi­do, el elegido.

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