(Fragmento)
Gerald Martin, Gabriel García Márquez: una vida, Debate, España, 2009, 768 p.
Hay cuatro certezas que el libro de Gerald Martin ha contribuido a reafirmar en mí: que Dios, si existe, debe ser mujer; que sólo los grandes mentirosos pueden ser buenos novelistas; que lo único que puede salvar al hombre de la miseria metafísica es la imaginación y que el gran arte sólo es posible en los países azotados por la desventura. Al presentar la biografía de Gabriel García Márquez en Bogotá, Gonzalo Mallarino, uno de los primeros amigos que Gabo tuvo en Bogotá, dijo que la vida de este autor es una mentira fantástica y maravillosa.
Efectivamente, desde que comencé a leer la novela de Martin no pude parar: llevaba el gordo libro a mi estudio de arriba y mi estudio de abajo, al baño, el jardín, el comedor y la cocina, lo llevé al hotel en Lechuguillas donde pasé con mi familia unos días espléndidos… Fue tanta la obsesión por ese libro que cuando le pregunté a mi esposa, “¿Te leo?”, ella respondió: “Ya deja esa manía, parece que estás enamorado de GM.” Ciertamente, lo asumo: si ha habido una obsesión notable y hasta censurable en mi existencia es GM, su obra y su vida, tanto así que leí Cien años de soledad de principio a fin acostado en una pensión de Cali y que mi primera novela fue acusada con justa razón de tener una fuerte influencia de las artimañas del rey de Aracataca y se llegó a hablar de plagio —cosa que el mismo GM desmintió públicamente (yo le había regalado mi primera novela con una dedicatoria que decía así: “Para Gabriel García, a quien pienso matar… literariamente”: año 1976, local de la revista Alternativa, Bogotá).
La de Martin es una biografía chismosa, como deben ser las biografías (no es una típica y aburrida biografía inglesa, sino una biografía muy caribeña, de negra con balcón): no sólo está basada en hechos comprobables sino en versiones y chismes de los testigos de esta vida que ya es tan pública que en realidad uno parece estar leyendo algo que ya sabía, como sabe las noticias de las estrellas de la farándula…lo que es paradójico, pues GM se ostenta tímido cuando en realidad es desparpajado, absolutamente seguro de sí mismo, fanfarrón, petulante, lo que no se le perdonaba en sus primeros años y ahora, que es más famoso que el papa y la Coca-Cola, se le celebra. Entonces tenía razón: aquel tipo de baja estatura, desaliñado, flaco, vestido de colorines, bigotón, que se atrevió a desafiar el protocolo de los reyes de Suecia, en verdad iba a ser lo que prometió desde chiquito: el mejor escritor del mundo. Gabo nació famoso y morirá famoso. Ése parece ser su destino, no sé si aciago o venturoso. Tomás Eloy Martínez registró esta frase que le escuchó a GGM: “Yo era famoso ya cuando me recibí de bachiller en el colegio de Zipaquirá, o antes todavía, en Barranquilla. Fui famoso siempre, desde que nací. Pasa que yo era el único que lo sabía.”
Martin es un biógrafo crédulo o fingidamente crédulo, pero inteligente, lo que lo hace de él y de su personaje tan atractivos como los personajes de Faulkner. Eso de pensar que la mamá Grande es en el fondo una crítica a una Colombia incapaz de cambiar , “una furiosa reacción de García Márquez ante la situación nacional”, es bastante divertido pero incorrecto desde el punto de vista epistemológico: la esencia de este relato es una bella retórica, palabras, encanto, cuento de hadas: GM ha explotado la realidad para crear una fábula, lo que es coherente con su vida. García Márquez nunca ha querido dictarnos cátedra: lo suyo es contarnos cuentos que nos ayuden a conciliar el sueño. GM no ha querido explicar el mundo sino explotarlo para alegrarnos la vida con sus fábulas y embelecos. Esto lo dije hace muchos años y lo sostengo: GM es un escritor de cuentos de hadas. (Esta idea la expresa Gerald Martin hacia el final de su libro: no sé si porque llegó a la misma conclusión que yo expresé en un artículo en 1983 o porque leyó mi texto y se apropió de mi concepto.)
Hasta llegar a la página 311, en la nota de pie de página, me enteré de que Martin no había incluido mi nombre en sus agradecimientos en el prólogo para llenar páginas, sino porque en verdad tuvo una entrevista conmigo. En efecto, en 1993 estuve en la Universidad de Pittsburgh, donde dicté una conferencia sobre un tema diametralmente opuesto al que había ofrecido. En esos tiempos Martin era profesor en esa universidad y yo un escritor que tenía éxito entre dos o tres académicos norteamericanos desorientados. El caso es que mi memoria no registraba ese encuentro. Sólo cuando leí la nota de pie de página comprendí por qué su cara de inglés agringado me era tan familiar
Inevitablemente me veo metido en este mundo de GGM cuando me encuentro en el libro con el nombre de Germán Vargas, uno de los siete sabios de Cien años de soledad (a quien conocí cuando fui jurado del concurso Jorge Isaacs de Novela en Cali y quien me explicó que lo que yo estaba usando como cenicero ante las señoras organizadoras del concurso no era tal, sino un recipiente para mariscos. Germán Vargas fue el primero en recibir el manuscrito completo de Cien años años de soledad y el primer periodista en escribir en Colombia sobre mi primera novela, Breve historia de todas las cosas). Cómo no sentirme aludido por el libro de Martin si me encuentro con el nombre de José Donoso (miembro del jurado del mismo concurso, quien me habló con superioridad de Gabo, me reveló sus íntimos gustos por los mozalbetes (gustos de José, no de GGM, que sin duda debe preferir las mozalbetas, a juzgar por la cándida Eréndira, América Vicuña, las putas tristes y otras infantas de buen ver) y me reprochó (Donoso) mis aires de donjuán (no olvido que a Donoso le subió la presión en una multitudinaria rueda de prensa y se atrevió a ironizar diciendo: “Parece que voy a cumplir mi sueño de morir ante veinte cámaras de televisión y frente a un público ferviente”). Me encuentro en el libro con Carmen Balcells, quien me ha representado tres veces y en las tres hemos terminado separándonos, más por mi ansiedad de ver mis libros publicados que por su voluntad (lo que me parece providencial: si Balcells me hubiera seguido representando no dudo que habría escrito mucho menos y de menor calidad y ahora, a mis 61 años, en lugar de ser un sano deportista sería un anciano cacreco con todos los reumatismos y resabios del mundo).
Martin llama la atención en el libro sobre el vuelco de la actitud de GGM ante la fama: en la primera etapa de su vida, antes de la eclosión de Cien años de soledad, la buscó casi con desesperación; una vez que la alcanzó, huyó de ella al punto de no aceptar entrevistas. Esto es lo que mi mujer llama “el síndrome de la minifalda”. Las mujeres se la ponen y sin embargo se molestan porque les miran las piernas.
El libro es despiadadamente indiscreto: denuncia que GGM es una especie de garañón y que Mercedes es permisiva hasta el extremo; que GGM y su esposa abandonaban muchas veces a sus hijos para dedicarse a viajar y a vivir los deleites de la gloria; muestra a un GGM tan obsecuente ante el poder, que se pasa meses enteros esperando una palabra de Fidel; afirma que GGM ha solapado a los presidentes de México incluso en asuntos tan graves como la matanza de Tlatelolco y que tiene una particular inclinación a codearse con los poderosos de la Tierra. Y sin embargo, más que juzgarlo o condenarlo, Martin simpatiza con su actitud. Hay con frecuencia alusiones al carácter mestizo de GGM, como si esto fuera un defecto. Hay una ligerísima veta de racismo en el libro de Martin que es difícil soslayar.
No es estrictamente una biografía. Va más allá: entra en cada libro de GGM no sólo buscando los orígenes vivenciales de las anécdotas sino tratando de entender sus motivaciones políticas, su estructura, su relación con las obras anteriores, mostrando con ello que la obra biográfica es el resultado de una vida entera de dedicación a un tema y no simplemente un trabajo académico que persigue prestigio efímero. Simpatiza con su biografiado, al punto de justificar, en aras del arte, algunas zonas oscuras: saca a la luz asuntos que sin duda molestarán a GGM y a Mercedes, como es el del aborto que sufrió Tachia —mujer de Gabo en Europa—, motivado en cierta forma por la irresponsabilidad de GGM; por una parte muestra a una Mercedes poco interesada en asuntos intelectuales y más adicta a las compras y las banalidades y, por otra, la muestra como una matrona de mano férrea, una administradora eficiente y una auténtica madre telúrica tanto para su marido como para sus hijos.
Martin hizo con GM lo que ningún autor —a excepción de GM, supongo— quiere que sus biógrafos y críticos hagan: a partir de sus libros, sus declaraciones y estudios de otros académicos y periodistas, descubrió las más ocultas debilidades del autor: la fobia a su padre, su debilidad por las mujeres, particularmente las demasiado jóvenes, su sentimiento de superioridad (petulancia, arrogancia… repiten una y otra vez sus fuentes), su timidez, su desfachatez y su ansia descarada de fama —en la primera etapa, cuando era pobre y sometía a su familia a los rigores de una vida de artista y bohemio—, su dependencia casi infantil de mujeres que han ejercido sobre él autoridad soberana (su madre Tranquilina, Carmen Balcells, su representante; también Tachia y Mercedes Barcha —esposa, sargenta, autoridad ejecutiva, mujer de poder… sin embargo condescendiente y dispuesta a sobrellevar todo para mantener viva la llama del artista e integrada a la familia—). Martin pinta en GGM un carácter infantil, caprichoso, obstinado, dispuesto a salirse siempre con la suya —rasgo éste muy notable que GGM quiso hacer notar en Vivir para contarla, primer tomo autobiográfico en el que Gabito niño es el protegido de todo el mundo, el ungido, el elegido.
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