Elsa Cross
(Fragmento)
En las viejas historias se habría dicho:
fue un mal viento,
fue el Dios lleno de ira,
la Furia o el Demonio que pasaba,
fueron las Ánimas.
Sería cualquier cosa menos uno,
lo que se desdoblaba ensombrecido,
magnificando el gesto,
afilando la arista del golpe oblicuo—
contra uno mismo.
Y todavía se enrosca la pregunta
sobre aquello que no pudimos nunca hablar.
¿Era en un sueño,
o estábamos despiertos— ebrios, locos, posesos?
O era un dios acercándonos los extremos del mundo
para aplastarnos dentro,
para arrojarnos por esa grieta
como a pequeños cerdos.
¿Eran los hados,
o la mano hostil de la Diké?
Y ya bastaba
de esa manida retórica del fracaso,
como Bogart en Casablanca.
O el Padre Placencia,
ciego en ciernes,
curado contra su voluntad,
perdiendo para siempre el prestigio
de gran pecador herido por el castigo divino,
de ciego visionario
como Tiresias y Fineo.
Nunca entendimos
si era uno quien mataba o quien moría
–-es un decir—
confinado en ese laberinto,
ese rincón oscuro como centro del cosmos,
donde enfrentamos
la paradoja de los campos ilusorios:
desde dentro no se podían discernir
y al salir de ellos se esfumaban.
¿Qué hubo allí?
Si la oscuridad, como decían los sabios,
es lo que media entre el saber divino
y el humano,
¿sería entonces la ceguera
un terreno seguro?
En la paciencia de las cosas
y sufriendo el dardo divino
encajado en frente y corazón,
¿no se sortearía cualquier línea divisoria?
¿O era sólo tocar las superficies,
las paredes,
los vacíos tenebrosos?
Y nos llevaban el café
en nuestras tazas gemelas
con un motivo siciliano:
una Esfinge apostada
sobre un montón de cráneos,
y una serpiente alzándose hacia ella.
Más amables las Esfinges de Bomarzo.
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