miércoles, 6 de febrero de 2008

Nuevo capítulo antológico

Julián Herbert
(Fragmento)

Alí Calderón et al., La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México (1965-1985), Secretaría de Cultura de Puebla, México, 2007, 208 pp.

Otra compilación llega a los estantes de lírica nacional: La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México (1965-1985), coordinado por Alí Calderón en coautoría con Jorge Mendoza, Álvaro Solís y Antonio Escobar. Incluye un prólogo de atildada redacción, una puntual bibliografía y 176 páginas de poemas. No me parece que se trate de un volumen necesario, aunque sí interesante. Lo comentaré resaltando sus virtudes, describiendo lo que percibo como debilidades en su propuesta crítica y, por último, haciendo un apunte sobre su recepción entre un sector de jóvenes lectores.
Creo que su mayor logro es la brevedad: en 201 páginas presenta a más de 60 poetas mexicanos nacidos entre 1965 y 1985. Cumple asimismo, aunque en forma parcial, con una de las tesis suscritas por los autores: ser “estéticamente incluyente”. Desde una apreciación impresionista, la muestra me parece irregular: junto a poemas que me gustan encuentro igual cantidad de malos chistes, obviedades, orejas de artillero, cursilerías; ser incluyente y riguroso a la vez es un precepto intelectual que linda con lo utópico. Sin embargo los antologadores nos han corrido la cortesía de escoger textos medianamente aliñados —a diferencia de colecciones como Las afinidades electivas / las elecciones afectivas o Eco de voces, cuyos afanes democráticos pasan a veces no sólo por encima del sectarismo: también de la gramática. El prólogo, como ya dije, ha sido escrito con pulcritud. Y hago esta precisión: estoy hablando de la efectividad expositiva de la prosa, no del valor de verdad de sus afirmaciones —mayoritariamente falsas. [1]
El trabajo en cuestión quiere fundamentar sus tesis en las ciencias del lenguaje. Por eso lo interrogo a partir de la lógica.
La primera contradicción aparece entre el nombre propio o descripción del objeto y uno de sus nombres conceptuales o predicados (valga decir: una de sus funciones). Se nos ha dicho que La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México (1965-1985) “Es una antología de poemas, no de poetas”. Si esto es verdadero, ¿por qué los límites del conjunto radican en las fechas de nacimiento de los autores incluidos y no en las fechas de publicación de los poemas seleccionados?... Una anomalía subsidiaria surge del presupuesto de que se compilarán veinte años de poesía y no veinte años de poetas, cuando todos los textos seleccionados fueron compuestos en fecha posterior a 1985. Ergo, una de las afirmaciones sobre las que descansa todo el sistema (“una antología de poemas, no de poetas”) es falsa.
En otro pasaje, los autores se desmarcan de antologías anteriores (Poetas de una generación 1940-1949; Eco de voces) por considerar que en ellas persiste “el arbitrario criterio —aunque operativo— de fijar generaciones literarias según el decenio en que nacieron los poetas recopilados”. Y abundan: “este modus operandi (...) confunde dos niveles de la comunicación: el acto de enunciar (…) con (…) el enunciado. (…) lo que leemos en estas obras nos habla más del antologador que de los poemas seleccionados”. Para trascender esta carencia, La luz… propone ocho lenguajes literarios que caracterizarían a la “poesía última en México”: connotación de sentimientos; trabajo del significante; neobarroco; imágenes de la naturaleza; música; humor/ironía; automatismo; slang citadino.
¿Pueden las ciencias del lenguaje avalar que son estas categorías y no otras los que dominan la norma de la poesía mexicana reciente? ¿De qué conjunto universo se ha extraído la noción de que su pertinencia es más clara que la de cualquier otra descripción? ¿Cuál es el proceso analítico que las reveló como más eficientes o precisas que, pongo por caso, los cuatro puntos cardinales propuestos por Jorge Fernández Granados en 1999?[2] No encuentro en el prólogo respuesta a tales interrogantes. Entre las dos principales funciones o nombres conceptuales de la antología (ser “estéticamente incluyente”; partir de los poemas y no de los poetas) y la fijación de estos ocho “lenguajes literarios que aparecen con mayor claridad en la poesía mexicana más reciente” se abre una laguna de la reflexión en tanto que proceso funcional: la hipótesis deviene tesis sin que en el proceso medie demostración alguna. No hay descripción del objeto de estudio; hay entelequia: estos lenguajes literarios “aparecen con mayor claridad” sólo porque así lo han decidido, unilateralmente, los redactores del prólogo. Se trata de una arbitrariedad operativa. Lo que me hace preguntar: ¿no nos habla esta descripción más de los antologadores que de los poemas seleccionados, más del “acto enunciatorio” que de “lo enunciado”? ¿No nos devuelve este enfoque a criterios que la propia antología considera caducos?
Al ser cuestionado sobre la ausencia en el volumen de ciertos autores, Alí Calderón respondió hace poco: “Hay nombres que no aparecen porque sus poemas no eran nítidos en cuanto a lenguaje literario; a veces no aparecen porque los poemas simple y sencillamente no nos gustaron ni nos parecieron meritorios; a veces, simplemente, no conocíamos a los poetas”.[3] El segundo y tercer argumentos me parecen incontestables; el primero en cambio (“sus poemas no eran nítidos en cuanto a lenguaje literario”) no sólo me parece absurdo, sino que manifiesta la ignorancia de Calderón en materia académica. Un elemento básico de la metodología de la investigación cualitativa es éste: si las categorías que has establecido resultan discordantes con el fenómeno, la carencia radica en el método y no en aquello que se analiza. Dicho de otro modo: si los poemas de autores meritorios “no eran nítidos” es porque las categorías resultaron insuficientes o no eran las adecuadas. Usualmente no le reprocharía esto a un antologador; pero quienes firman el prólogo de La luz… han pretendido blindarse frente a opiniones adversas recurriendo a un engreído discurso académico; lo que les abre un flanco del que quizá no son conscientes: su debilidad como teóricos (y sobre todo como investigadores).

[1] Mi opinión puede sonar autoritaria; los compiladores han amparado su discurso bajo esta matadora cita de Nietzsche: “no hay hechos, sólo interpretaciones”. Como enseguida puntualizo, mi forma de enunciar en este escrito es determinada por la lógica (no un hecho: una interpretación). Por otra parte, no puedo suscribir aquí la frase del filósofo alemán por mucho que me agrade su sentido democrático, pues me parece un sofisma. A menos que estemos dispuestos a aceptar que las guerras de exterminio étnico son un servicio a la comunidad, o que la violación de una mujer es sexo rudo y no un crimen, o que Andrés Manuel ejerce en México el Poder Ejecutivo. No estoy preparado para tal relativismo ético e intelectual.
[2] La descripción de JFG es citada por los autores de La luz que va dando nombre: “norte, cultivadores de la imagen; sur, poesía referencial o de la experiencia; este, minimalismo o poesía del intelecto; oeste, constructores del lenguaje”. (p. 9). Este esquema no sólo es más sencillo: posee una línea de pensamiento lógico evidente. Parte de la funcionalidad lingüística tal y como la describe Jakobson en “Lingüística y poética” (función referencial: poesía de la experiencia; función metalingüística: constructores del lenguaje) y se complementa con la noción Sistema Simbólico establecida por la semiótica general (poesía del intelecto; poesía de imágenes). Cfr. Roman Jakobson, Ensayos de lingüística general, Ariel, España, 1984, pp. 347-395; Mauricio Beuchot, Elementos de semiótica, UNAM, México, 1979; Umberto Eco, La definición del arte, Roca, España, 1990.
[3] En www.laseleccionesafectivasmexico.blogspot.com. Entrada correspondiente a Alí Calderón.

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