jueves, 7 de octubre de 2010

Zacatecas

Aurelio Meza (Fragmentos)

III
Llevo tantos días en este hotel que ya puedo orientarme de noche con las luces apagadas. En realidad no es tan difícil como parece: un hotel es lo más parecido a una palabra deshabitada: los turistas nunca utilizan los muebles del cuarto salvo algún cajón, sólo para olvidar objetos importantes y decirse: “¿Para qué lo guardé ahí en primer lugar?”
En este hotel los muebles fueron construidos con puertas. No es necesario ser carpintero para darse cuenta: un buró con cerradura falsa, bisagras que unen las patas de la mesa con el aire, el escritorio con una


mal tallada donde coloco mis plumas y mis cigarros; a veces no puedo evitar que caigan al interior de un cajón cerrado con llave, donde nunca he escuchado que algo toque fondo.

El escritorio está al lado de la ventana. Desde ahí se ve el lote baldío, donde ha crecido una flor que un turista extranjero riega cada mañana, como si de él dependiera su existencia. No sabe que esta clase de flores lo rebasará algún día.
Personas como él rallan cadáveres para bendecir sus fiestas opulentas y sin sentido. Buscan ruinas que siempre estuvieron en sus cabezas, pero prefieren mirar hacia afuera para sorprenderse de lo lejanos que parecen sus errores, maldiciones y catástrofes. Pronto volverán a las casas donde sí tienen nombre y número de seguro social, y desde ahí rellenarán todos los huecos que encontraron en su exótica aventura
por los pueblos mexicanos
“que son tan bonitos y baratos”.

Luego el turista se irá del hotel
siempre en busca del desierto
como una caravana que merodea los espejismos
y no volverá a pensar en la flor
que seguirá floreciendo hasta que muera
de todos modos.

Pareciera que esta ciudad
espera paciente su descanso
devorada por la arena y el polvo que dejan
los objetos al derruirse
pero el desierto no esperará
a que muera el último hombre:
en cuestión de pocos años
se atrincherará en lugares como éste
ganará territorios poco a poco
impaciente por arrancar cualquier identidad a la tierra.
En realidad, este lote baldío es cualquier cosa
menos baldío: desde el momento en que ves el sol trepado sobre su piel de terciopelo te das cuenta: si la esperanza tuviera rostro, estaría inscrito en el cascajo y los animales muertos de este lugar.


V
¿Cuánto tiempo pasará para que la gente de aquí empiece a reconocerme? Vecinos, marchantes, prestamistas, conocidos…
Las calles del Centro se abarrotan en las mañanas y las tardes, para quedar vacías a altas horas de la noche.
Un acento ahora apenas perceptible me recuerda que no soy de este lugar, así como quizás nunca pertenecí a la que llamo ilusamente mi ciudad.
Este lugar me recuerda que no hay convicciones sino perspectivas.
Es hora de irse.

No necesito certezas para seguir andando
nada me interesa
ni siquiera terminar este viaje porque realmente nunca comenzó
sólo
sigo andando…

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