viernes, 24 de julio de 2009

Revistas de poesía en México

Gabriel Bernal Granados
(Fragmento)

Sería inútil trazar el mapa de las revistas de poesía en México en las décadas de los ochenta y los noventa sin contrastar este ejercicio cartográfico con el devenir histórico de las revistas de literatura y poesía que se publicaron en el país a finales de la década de los veinte y los treinta del siglo pasado. Cuando digo esto pienso sobre todo en revistas como Contemporáneos, Ulises, Taller, Taller Poético, Tierra Nueva, Estaciones. Pienso cómo, acaso sin saberlo, revistas y editores que vinieron después han pertenecido a, y perpetuado una tradición desconocida pero viva entre nosotros, en permanente diálogo y confrontación con el presente.
Pero ¿cuántas y cuáles fueron las revistas de poesía que se publicaron en México en las décadas de los ochenta y los noventa? La memoria es caprichosa y sólo me permite recuperar el fenómeno de los objetos y los hechos al azar de la propia biblioteca.

1. A principios de 1983 comenzó a publicarse en Puebla, con el sello editorial de la Universidad Autónoma de esa entidad, una serie dedicada exclusivamente a la poesía y sus “trabajos”. El poeta y su trabajo, como se llamó esa serie de títulos con formato de libro y periodicidad irregular, estuvo dirigida por Raúl Dorra y dio a conocer ensayos (con tema estrictamente poético) y poemas de autores como Charles Olson, Giorgos Seferis, Denise Levertov, Wallace Stevens, William Carlos Williams, Robert Creeley, Louis Zukofsky, Juan L. Ortiz, Maikovsky, Paul Celan, Gotfried Benn, Paul Valéry, Edgar Allan Poe, Cesare Pavese, Rainer Maria Rilke, es decir, autores pertenencientes —en una mayoría de casos— a la tradición poundiana de la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo xx, poetas “clásicos” europeos y uno que otro autor sudamericano de los que en México poco se había escuchado hablar. A la serie la animaba la idea de que corresponde a los poetas principalmente escribir de la poesía, y la mejor manera de referirse a los poemas es a través del cotejo de los poemas mismos. El poeta y su trabajo tuvo una corta duración, y de hecho circuló poco debido no tanto a los tirajes de cada uno de sus cuatro tomos sino a una distribución deficiente. El editor y antólogo de los números 2, 3 y 4, el poeta argentino Hugo Gola, se aventuró a darle continuidad al proyecto en una segunda época, gracias al patrocinio del departamento editorial de la Universidad Iberoamericana, en el cual, a principios de 1990, Gola comenzó a publicar la revista Poesía y poética.
Los mismos principios que animaron a El poeta y su trabajo estuvieron presentes en las sucesivas ediciones de Poesía y poética. Con esto, no sólo se le dio continuidad a una línea editorial definida, que consistía en publicar poemas y ensayos en buenas traducciones, sino en encontrarles un nicho a poetas y escritores latinoamericanos que poco a poco irían ganando terreno en el imaginario de las generaciones más jóvenes de poetas mexicanos. Tales fueron los casos de Juan José Saer, Juan L. Ortiz, Edgar Bayley, Carlos Mastronardi, Javier Sologuren, el propio Gola y otros heterodoxos argentinos, peruanos, uruguayos y cubanos inclusive. A esta labor de difusión se le agregó una colección de libros que comenzó con la publicación de un título de Charles Juliet, Encuentros con Bram Van Velde, traducido por Gola. El diálogo infinito, una larga entrevista de Martha Canfield con el poeta peruano Jorge Eduardo Eielson, fue el segundo volumen de la colección. Siéndole fiel a sus ideas sobre la preeminencia de los poemas y los poetas en materia de poesía, Gola publicó libros, cada vez mejor diseñados, de Valéry, Westphalen, Creeley, Andrea Zanzotto, Marina Tsvietáieva, Anna Ajmátova, H. D. y una enorme antología de poesía y poetas concretos brasileños (Galaxia concreta).
A finales de los noventa Poesía y poética dejó de publicarse abruptamente, debido a problemas administrativos que pusieron en conflicto a Gola con las autoridades de la universidad. El conflicto se resolvió de la peor manera y la universidad le retiró su patrocinio al proyecto, y Gola se vio obligado a retornar al título de El poeta y su trabajo para continuar con sus empeños editoriales, esta vez de manera personal y privada.
Uno de los principales beneficios de esta labor de difusión y edición de la poesía fue, desde luego, el magisterio que estas publicaciones ejercieron sobre la generación de poetas mexicanos nacidos entre las décadas de los setenta y los ochenta, quienes fueron inoculados con el poderoso germen de la tradición poundiana y de la poesía concreta brasileña, por mencionar solo dos vertientes de un espectro más vasto.

2. A finales de los años ochenta, el poeta uruguayo Eduardo Milán, entonces autor de tres libros de poemas publicados marginalmente en editoriales uruguayas y españolas, comenzó a publicar en la revista Vuelta una Crónica de Poesía, dedicada a reseñar novedades editoriales que se producían principalmente en el Cono Sur. Crónica de Poesía se convirtió en una referencia mensual donde comenzaron a circular nombres hasta entonces poco conocidos en el país, como Roberto Echavarren, José Kozer, Héctor Viel Temperley, Raúl Zurita, Néstor Perlongher, Augusto y Haroldo de Campos, Décio Pignatari; y otros ya consolidados, o en vías de hacerlo, en el imaginario poético mexicano, como Eduardo Lizalde, José Luis Rivas, Marco Antonio Montes de Oca y Gerardo Deniz. A través de una prosa incisiva y lacónica, que no renegaba de cierta oscuridad argumentativa, Milán comenzó a vincular, aunque fuese de lejos, la poesía mexicana de las décadas recientes con esa suerte de vanguardismo latinoamericano que llegaron a constituir Oliverio Girondo, Vicente Huidobro, José Lezama Lima, Macedonio Fernández, entre otros, y a demarcar los alcances de esta periferia con mecanismos retóricos centrales: Paz, Westphalen, Rojas y otros poetas de generaciones posteriores.
El trabajo de Milán como crítico de poesía no estuvo exento de consecuencias. En buena medida, a éste se debió la publicación en México de la antología de poesía neobarroca, que firmaron, en calidad de antólogos, Roberto Echavarren, Jacobo Sefamí y José Kozer, bajo el título de Medusario: muestra de poesía latinoamericana (1996).[1] Milán ha ejercido una suerte de fascinación sobre los poetas noveles de distintas generaciones, y no es raro, si se hace un repaso de la bibliografía crítica que se ha producido en los últimos quince años, encontrar que la retórica de Milán se ha infiltrado con singular alegría inclusive en quienes hoy son parte importante de sus detractores. Lo cierto y lo mejor de todo esto fue que Milán inauguró un debate, que apenas ha comenzado, sobre las formas de hacer y, mejor dicho, de des-hacer poesía en este principio de siglo.
Pese a ser fundada por un poeta, Vuelta no fue propiamente un revista de poesía, ni mucho menos una revista que privilegiara este género por encima de la reflexión política o de la reseña literaria. Sin embargo, en la década de los ochenta y los noventa Vuelta contribuyó a consolidar prestigios, y ayudó a levantar otros que con el tiempo probaron ser poco sólidos o en cierta medida dudosos. Su función, en ese sentido, fue la misma que la de revistas que compaginaban la edición de poemas con la de ensayos, reseñas, cuentos y narrativa en general, como la Revista de la Universidad y La Gaceta del Fondo de Cultura Económica.[2]

[1] Aunque el discurso crítico de Milán ha sido objeto de severos cuestionamientos en los años recientes, es innegable la importancia que ha tenido para la formación de un criterio —entendido esto último como léxico y perspectiva para juzgar la propia poesía y la ajena— en las promociones más recientes de poetas mexicanos.
[2] Algunos números de La Gaceta, en la época en que el Fondo de Cultura Económica era dirigido por Jaime García Terrés, fueron de verdadera antología, y tuvieron repercusiones importantes en la gestación de los pensamientos y las vertientes poéticas de aquellos años. Pienso sobre todo en los números dedicados a Pound y a Eliot, y uno que otro que llegó a tener como protagonista a algún baluarte de la literatura europea “clásica”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sr. Bernal Granados:

Mi área de estudio es la crítica de poesía latinoamericana y me interesa saber las fuentes de la crítica al sistema de Eduardo Milán, que usted menciona en la primera nota. Ojalá pudiera, en este mismo espacio, anotar las referencias bibliográficas. Disculpe esta petición, pero creo que me ayudará a visualizar un debate que yo no he logrado articular en la crítica de poesía latinoamericana. Saludos.
Jorge Huerta