Roxana Elvridge-Thomas
VERANO
Se esparcen mieles densas por su cuerpo.
Derrama adormecidas infusiones,
espesa la sangre lentamente para luego aletargar a los mortales.
Pasta en los sudores que alienta,
bebe de la sed que explora pieles,
deambula por cordura enardecida.
Es sabio y cruel.
Goza el descaro, la impaciencia, el terror.
Ceba ira
seducciones
luego engulle a los caídos en sus garras.
Es ánfora de aceite donde escalda a los endebles,
lengua que pasea su sequedad entre los pliegues,
golpe de vapor insospechado,
clamor que graba el aire de candelas al marcharse.
Al cabo de los ciclos volverá.
MUJER QUE GOZA AL PENETRAR EL HUMO
Vierte al fuego las resinas.
Inunda el claro con vapores de maderos, secreciones, asaduras.
Se pierde en ese pliegue que se horada en la montaña al elegir los animales, las breas, flores, juncos, pulpas, raíces olorosas.
Danza jubilosa entre el humo.
Aspira.
Impregna los muslos, los pezones.
Siente penetrar por sus resquicios ese aroma que satura su delirio.
Regresa a la aldea cuando se ha extinguido la emulsión.
Pasa al lado de ese hombre que la embriaga aún más que sus mezclas vaporosas
y él se prenda del aliento que la envuelve.
Se entrega, rendido, a ese cuerpo ahumado, perfumado.
DOLOR
Si ves el ciervo herido
que baja del monte, acelerado,
buscando, dolorido,
alivio al mal en un arroyo helado
y sediento al piderm se precipita,
no en el alivio, en el dolor me imita.
Juana Inés de la Cruz
Indigno romper de columnas desata su acero sediento y vierte calderas de hiel por aletargados, anatómicos surcos.
Rata enorme, enloquecida, clava colmillos certeros en pez por demás vulnerable.
Ciego látigo.
Perfora con furia resquicios, invierte el código errante, corroe los huecos.
Deslumbra, certero.
Indómito ser inasible, horada la fuerza, tuerce el sentido, aspira el aliento, desarma y se va.
J. BEUYS SE INTERNA EN LA HOGUERA DEL HORIZONTE
La ceniza da cuenta del incendio.
Soy ceniza y soy miel y tres vasijas
que encaminan al ocaso sus señales.
Y soy yo entrando ahora a otra hoguera donde un libro me dicta proteger la flama
y me pregunto cómo cuido aquello que me abrasa.
Y soy yo en el avión envuelto en llamas cayendo por jirones de aire,
después envuelto en grasa y fieltro.
Oruga, invertebrado.
Como el ave que calcina sus emblemas y renace en turbia larva lubricada.
Y soy yo encendido por ese pensamiento que es destreza y es creación,
que inflama mis sentidos y mis obras, y mis manos.
Y soy las tres vasijas donde viajo entre mieles a fundirme, al fin, ceniza con la flama.
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