viernes, 3 de octubre de 2008

Andy Warhol, la estrella errante

Jorge Juanes
(Fragmento)

Si quieres saberlo todo sobre Andy Warhol no tienes más que mirar la superficie de mis cuadros, mis películas y a mí mismo, ahí estoy. No hay nada detrás.
Andy Warhol

Warhol pisa la escena del arte y el Pop encuentra a su máxima estrella. Fue pintor, dibujante, artista gráfico, director de cine, publicista y promotor de talentos, y tuvo el valor de reconocer en la Sopa Campbells y la Coca-Cola el denominador común que aglutina a apocalípticos e integrados, liberales y conservadores. Reconoce que los mitos modernos se resumen en el culto al Start System. Le gusta provocar. Siguiendo los pasos de Duchamp, desmitifica la imagen aurática de la Mona Lisa y la de obras de similar prestigio para volverlas objetos manoseados. El arsenal que nutre sus propuestas se encuentra, por lo demás, en la variada oferta de los media: desde fotografías de periódicos y revistas hasta el cómic; anuncios publicitarios y etiquetas mercantiles; cajas de empaque, manuales para aprender a bailar y a pintar, almanaques, catálogos de flora y fauna, imágenes sobre la muerte norteamericana, etc., sin ocultar nunca el plagio re-creado. Plagio que, lejos de condenarlo a lo repetitivo y codificado, le abre la puerta a propuestas artísticas inéditas, señal de que puede hacerse una obra original partiendo de referentes ajenos.
Warhol piensa que, de haber una realidad susceptible de tomar en cuenta, tenemos que aludir al cúmulo de imágenes circundantes dirigidas a las masas para incitar el consumo de mercancías, prueba inequívoca del desplazamiento de la naturaleza primordial que sirve de referente al mundo premoderno por el artificio surgido del dominio tecnocientífico; nada de rostros, cosas en estado natural o flores de la madre tierra (ahora son de plástico); lo originario, lo virginal no existe más. La obra de nuestro interlocutor surge entonces en las entrañas del despliegue en curso de la reproductibilidad técnica, gregaria y mediática, que da paso a que la relación entre las personas se manifieste como relación objetual entre mercancías revestidas de representaciones publicitarias que determinan el imaginario social.
Espacio-tiempo configurado por el protagonismo del mundo urbano y la industria de la cultura, en donde sólo existe una abrumadora y seductora invasión de imágenes banales, moldeadas por los ingenieros de conciencias mediante modernos medios productivos. Imágenes que deben ser acogidas —Polaroid mediante— por los artistas dispuestos a reconocerse en la ley de lo prosaico. Warhol dice adelante y, sin mayor dilación, lleva a galerías y museos el paisaje atrayente y colorido que señorea en la vida cotidiana. Por si fuera poco, no le hace ascos a su majestad el dólar, en el que se inspira para realizar un sinnúmero de variantes plásticas. Puesto que no excluye nada, resulta comprensible que tome por material de trabajo todo aquello que le salga al paso. Las ofertas que caben en el baratillo estético son de los más variado: Supermán, Mickey Mouse, Popeye, Batman, el beso-vampiro de Bela Lugosi… Si algo llama la atención es la acogida otorgada a un sinnúmero de personajes famosos entre los que destacan artistas de cine y políticos; imágenes estereotipadas que, tras ser recicladas por el artista, descubren a seres mortales, efímeros, evanescentes: Marylin, Ginger, Litz y Jackie o, en la otra esquina, Elvis, Jagger, Cagney, Marlon, Truman Capote, Mao y el Che.
Conforme al talante mecánico industrial del mundo moderno, Warhol se vale, en la mayoría de sus obras, de medios técnico-gráficos de reproducción, negando, en consecuencia, la consagrada identificación del arte con la manualidad, con el oficio artesanal. Ya en el taller, forja duplicados de imágenes encontradas en el mundo circundante. La serigrafía le sirve como multiplicador inigualable para realizar —ése es el propósito— ejemplares reproducibles que ponen en crisis la idea de obra única e irrepetible, otrora identificada como “verdadero arte”. Lo que Warhol aporta son ideas, puesto que muchas de sus obras provienen del material mediático existente y son realizadas, decíamos, por otras manos. No debe sorprender, así, que en 1963 abra Factory: un gran taller de producción artística con operarios, ayudantes y nuevos talentos. Al igual que los viejos maestros, Warhol tiene la última palabra. Haz esto, cambia aquello, carga las tintas, probemos nuevas variantes, destruyamos, volvamos a empezar; haz esto, cambia aquello…
Quienes lo conocieron señalan que fue su propio y mejor publicista y que, si deseó ser Start System, lo logró plenamente; o, si se prefiere, cumplió con creces el gran anhelo: “Quiero ser rico, quiero ser famoso, como todo el mundo”. Dalí lo precedió, pero el español tuvo todavía que hacer circo, maroma y teatro para llamar la atención. A Warhol le fue más fácil: forjó su look y se vistió de negro, usó pantalones tejanos y chamarra de cuero, sin que faltaran la peluca plateada y los lentes oscuros. Eso bastó, a la par de su actitud fría y distante, para atraer la atención de propios y extraños. Cada vez que acudía a alguna fiesta, exposición o ceremonia, los medios de comunicación no faltaban a la cita. De comportamiento parco, deja que los otros tomen la palabra y, a lo más, responde con un “Mmm, sí, claro, por supuesto: genial, genial”. Cuando alguien lo cuestionaba, respondía con un simple: “Tiene usted razón”. Mientras la mayoría de sus asiduos le daban duro a la droga, Warhol pasaba de largo: consideraba que la mejor manera de soportar los vaivenes de la vida exige autocontrol. Su revista Interview tuvo gran influencia entre estrellas, políticos y roqueros (patrocina, por ejemplo, al grupo musical Velvet Underground).
De modo similar a los alquimistas de antaño, Warhol tiene talento para convertir en oro puro lo que toca, a lo que cabe agregar un olfato de sabueso para descubrir bisutería y redimir desechos. Pensemos en un recopilador; un divulgador que atraviesa avenidas y autopistas rastreando modas, tendencias, imposturas, ofertas de consumo y proposiciones artísticas, exaltando por igual lo que resplandece y lo que se extingue. Por donde se lo examine, el significado general de su obra responde a la pregunta sobre el destino del arte en el marco de una sociedad totalizada por la reproducción técnica, en donde las efímeras mercancías se exhiben mediante formas e imágenes estético-espectaculares. La verdad es que su tránsito por el territorio del arte estuvo siempre acompañado por la polémica; fueron pocos los que, en rigor, se tomaron la molestia de comprender sus objetivos. Allí donde la lectura de la izquierda lo tacha por carecer de compromisos revolucionarios (de no juzgar el presente desde la utopía comunista), la derecha lo califica de escéptico y lo acusa de mantener una posición ambigua ante la supuesta sociedad de la abundancia. Frente a esas dos exclusiones, Warhol opta por mostrar que en la superficie misma en que se manifiesta la sociedad del espectáculo es dable mostrar aquello que se resiste a ser integrado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó el artículo, es muy cierto todo el planteamiento de los fines mediáticos de la obra de warhol, y esto es algo que no se puede quedar en el texto, suena bastante utópico pero hay que acabar de una vez por todas con esta sociedad técnico industrial...

Anónimo dijo...

Les recomiendo el texto de Robert Hughs sobre Andy Warhol.